La historia de una mujer con diagnóstico de infertilidad que logró ser mamá
En ocasiones, no importa cuánta pasión pongas o qué tan bueno seas en algo... si de pronto la vida se equivoca y cree que tú no eres la o el indicado, te pondrá mil y un obstáculos en medio para que declines. Pero, después de todo, ¿qué es un sueño realizado sino amor, esfuerzo y mucho deseo de que se cumpliera?
En Ahora lo vi todo sentimos mucha ternura y admiración por la maternidad cuando es deseada, así que toma asiento; vamos a contarte la historia (real) de una mujer cuyo mayor sueño era ser mamá, pero en su libro de vida, eso parecía no estar escrito.
Desde pequeña, Lizzeth deseaba ser mamá algún día
La historia comienza con una chiquilla, Lizzeth, cuya afinidad por los bebés le brotaba por los poros. El aroma, la ternura, la paz y esa inocencia sin igual desarrollaron en ella un increíble deseo de ser mamá algún día.
Tal era la pasión de Lizzeth por los niños que incluso decidió dedicar su vida a ellos y se convirtió en profesora. Pero también creció inmersa en una sociedad y tiempo en que ser mujer traía consigo la labor de ser esposa y madre. Así que el camino por recorrer debía comenzar con el matrimonio.
Conoció a su esposo y se acercó a su dura realidad
Liz conoció a la persona en quien proyectó su deseo de ser mamá. Pero él profesaba una religión distinta, y para ser aceptada por él (y su familia), tuvo que cambiar sus creencias. Contrajo matrimonio y con ello se acercó a la posibilidad de cumplir ese sueño que venía forjando desde niña.
Un día, Lizzeth acudió al médico por un dolor en el vientre. Después de 2 años de matrimonio sin uso de métodos anticonceptivos y sin ninguna novedad, el doctor sospechó de una posible infertilidad. Este le solicitó un estudio muy costoso y doloroso a la vez. Y aquí empezó la verdadera travesía.
El diagnóstico: “No podrás ser mamá”
Lizzeth se hizo los estudios necesarios y todos daban el mismo resultado. Ella tenía las condiciones perfectas para concebir un bebé, pero la pregunta seguía en el aire: ¿por qué no podía embarazarse?
El último examen fue el más costoso y doloroso. Tal estudio lastimó a nivel físico el cuerpo de Lizzeth, pero también lo hizo a nivel emocional, porque determinó su diagnóstico: obstrucción en las trompas de Falopio, la imposibilidad de algún día poder tener un bebé suyo en sus brazos.
Fertilización in vitro, una luz tan débil que se apagó
Con el corazón roto por ver cómo su más grande anhelo se esfumaba, Liz se enfrentó a prejuicios sociales, la lástima en las miradas de quienes sabían sobre su condición, los temores, una baja autoestima y la ruptura paulatina de un matrimonio que no soportó las tormentas que estaban por venir. Ella no podría volver a ver a los bebés con los mismos ojos de ilusión.
Pero se aferró al amor de sus padres, Elia y Anastasio, para considerar otra posibilidad: la fertilización in vitro. Llena de dudas y temores, y gracias a un pequeño libro que su tía Areli, hermana de su madre, le regaló, Liz decidió probar este procedimiento en nombre del amor y entusiasmo de su familia. Aunque no había garantía de nada y el costo era exorbitante, lo intentó con las ganas que el alma le dio. Sin embargo, la ciencia le falló: los óvulos murieron antes de llegar a ser implantados.
Consiguieron implantar dos óvulos fecundados en su vientre, pero esto no fue suficiente
Lizzeth no se dio por vencida. Buscó otra clínica con un programa de subsidio para mujeres que querían realizar su primer o segundo intento de fecundación in vitro. Aceptaron su solicitud y esta vez extrajeron 6 óvulos, de los cuales, 4 fueron fecundados y 2 de ellos implantados en su vientre.
Todo parecía tener un mejor pronóstico. Pero un día, Liz estaba dando clases y sintió fuertes dolores en el vientre. Elia y Anastasio llamaron a la clínica. Fue entonces cuando les informaron que se estaba llevando a cabo un aborto. “El desgaste físico es muy grande, y ni hablar del desgaste económico. También fueron golpes fuertes, porque prácticamente te quedas sin nada. Pierdes dinero. Pierdes esperanza. Te quedas vacía”.
El deseo de Lizzeth seguía vivo, pero la esperanza estaba muerta
¿De dónde sacas más fuerzas cuando ya lo diste todo? Lizzeth, que siempre fue creyente de Dios, optó por hacerlo a un lado. Tenía tantas preguntas y reclamos, pero ni una sola respuesta. Y su esposo, quien debía ser su soporte, cambió sus atenciones por desprecio, pues su religión tenía muy arraigada la creencia de que la mujer estaba hecha para procrear hijos. La situación los llevó al divorcio.
Tiempo después, Lizzeth conoció a alguien cuyo amor la ayudó a sanar muchas de sus heridas. Él la hizo sentir liberada de la presión de tener un bebé, porque sabía de su condición y la quería tal y como ella era. Aun con eso, el deseo de ser mamá seguía latente, tanto que, en una ocasión, tras el retraso del ciclo menstrual, Liz se hizo una prueba que dio un resultado positivo. Era, lo que llaman, un embarazo psicológico.
Lizzeth cayó en una depresión que solo pudo enfrentar con fe
Después de algunos meses, Liz y su pareja se separaron. Esta situación, aunada a todo lo que venía enfrentando, la llevó a caer en una profunda depresión que incluso requirió de atención psiquiátrica. Y un día, un rayito de luz destelló en su razón: se cuestionó a sí misma por qué se estaba permitiendo estar así y entendió que debía hacer algo por y para ella.
“Después de darme cuenta de que ni los médicos, ni la ciencia, ni la familia, ni las amistades ni el amor, de que nada ni nadie podía liberarme de lo que yo estaba pasando, me quedó solo una opción: le otorgué ese voto de confianza a Dios. Le pedí que se manifestara en mi vida, porque no tenía sentido. De forma natural era imposible, también había probado con la ciencia y se me había negado. Solo él podía hacerme ’el milagro’”.
Y cuando menos lo esperas...
Al retomar su vida, Liz regresó con su pareja, pero las cosas no funcionaron. Volvió a quedarse sola. O al menos eso creía. Una situación inusual en su cuerpo la llevó a hacerse más estudios, porque debido a la estimulación ovárica durante sus intentos por concebir un bebé, era posible que se presentara una menopausia temprana. ¿El resultado? ¡Un embarazo de 4 semanas!
Ante el desconcierto, Liz se apoyó una vez más en el amor y la mano de sus padres, y con prudencia le dieron tiempo al tiempo antes de “echar las campanas al vuelo”. Así fueron pasando los días, con incertidumbre, nuevas esperanzas, fe, gratitud, miedo y un cúmulo de sentimientos y emociones contenidos. En sus citas médicas, a ese pequeño milagrito que estaba creciendo en su vientre, tras todo un historial que contrariaba el hecho, los doctores lo llamaban “producto valioso”.
Dos corazones latiendo
8 semanas tuvieron que pasar para que el sueño se concretara por completo en la realidad. Para que Liz pudiera escuchar por fin, por primera vez, y después de tanto tiempo, latir el corazón de un bebé en su vientre.
“Aún recuerdo la velocidad con que latía el corazón de mi bebé, y el mío que se me quería salir. Minutos antes del ultrasonido, yo temblaba de miedo y cerraba mis ojos clamando que fuera posible, que no me lo quitaran esta vez”. Y sucedió: un corazón latía rápidamente, confirmando la vida y fortaleciendo la esperanza después de 4 desilusiones y 10 años de intentos.
“No te vayas, quédate conmigo”, el riesgo de un aborto
Pese a toda la atmósfera de anhelo, y debido al historial clínico, los contratiempos no se hicieron esperar. A las 9 semanas de gestación, Liz volvió a sangrar, dando pie a un embarazo de alto riesgo cuyo diagnóstico preliminar era el desprendimiento del embrión. Ella tuvo que hacerse un ultrasonido de urgencia que dio como resultado “placenta baja”.
“Cuando tuve el sangrado, que era una alerta de posible aborto, nunca pasó por mi mente perder a mi bebé. Estaba sola en casa; subí a la recámara a recostarme y antes de hablarle a algún médico o a mi familia, antes de todo eso, fui a abrazarlo y a decirle ’Quédate conmigo’”.
La batalla más difícil
A partir de ese momento, Liz tuvo que quedarse en cama durante varios meses. Además de eso, su organismo no toleraba ningún tipo de alimento. “Me administraron un suplemento alimenticio, con el que me mantuve el mayor tiempo del embarazo. En todo momento pedía a Dios que no se llevara a mi bebé, que no me apagara la luz a esta altura del camino”.
La situación fue tal que llegó el momento en que Lizzeth ya no podía ingerir nada. Le dijeron que debería ser hospitalizada para una intervención que requeriría anestesia total, la cual iba a provocar alguna secuela en el bebé. Pero ella decidió aguantar y no llevarla a cabo. Así, con las condiciones en su contra, le suministraron alimento y medicamento vía intravenosa para que ambos, mamá y bebé, pudieran nutrirse.
Líam, el milagro
“Así fueron transcurriendo los meses. El bebé seguía aferrado a mí y yo a él, pidiéndole todos los días a Dios que me diera la oportunidad de ser mamá. En mi mente ya no existía la posibilidad de perder a este bebé. Fue un aferro total por parte de ambos para poder llegar al término del embarazo”.
Los días pasaban, el cuerpo hacía lo que podía, el corazón se llenaba poco a poco de inagotable afecto, y Liz se acercaba cada vez más al momento de conocer a quien ya era el amor de su vida. Ella eligió un nombre para él, uno pequeño, pero con gran significado, porque en tan solo 4 letras conjugó a las 3 personas que habían estado haciendo posible su llegada: Líam. Li, por Lizzeth; Lía, por Elia; A de Anastasio, y M, porque Montalvo era el apellido que llevaría con orgullo.
“¡Grítale al mundo que llegaste, que lo logramos!”
Antes de la llegada de Líam, Lizzeth se encontró con su expareja. El impacto emocional fue tan grande que por la noche comenzaron las contracciones. El bebé traía el cordón umbilical enredado, así que se programó una cesárea. Entre las 11:00 a. m. y 12:00 p. m. del 18 de enero de 2019, Líam llegó triunfante a este mundo.
“Cuando nació mi bebé y lo recibí por primera vez en mis brazos, comencé a hablarle por su nombre y a decirle: ’¡Grita, hijo, grita, Líam! Ya estás aquí conmigo. Grita, porque vamos a estar bien. ¡Grítale al mundo que llegaste, que lo logramos!’”. De repente, el bebé tomó aire por primera vez y soltó el tan esperado llanto, dando paso a una nueva vida para ambos. Y ahí estaba Liz, desafiando todos los pronósticos, convirtiéndose en mamá.
Queremos conocer tu historia: ¿cuál fue el sueño cumplido que más te costó alcanzar y cómo fue que lograste hacerlo realidad?