13 Historias alocadas que vivió una taxista mujer en el trabajo
Mi nombre es Cata y actualmente me dedico a ser taxista, aunque anteriormente trabajé como periodista. Después de que mi agencia me dejara en una encrucijada, entre aceptar un trabajo de corresponsal o buscar algo diferente, encontré la solución inesperadamente durante una conversación con otro taxista. Quedé sorprendida al enterarme de lo bien que podía ganarse la vida manejando y decidí probar suerte en este campo.
Desde entonces, cada viaje en el que me embarco resulta una aventura. Para compartir estas experiencias, comencé un canal que llamé “La taxista”. Enseguida pueden leer algunas de estas historias.
1. Un error pequeño
2. Compañeras de la niñez
Llegué a una llamada que era de una antigua compañera de clase de mi amiga. Una conocida de la serie “no recuerdo su nombre”, pero con la que, cuando se encuentran, fingen que son cercanas. Ella estaba encantada y habló todo el camino.
Llegamos a su casa y completé el pedido. Ella recibió un mensaje de texto. Mirando al teléfono, me dice: “Por alguna razón, me descontaron dinero”, “Bueno, sí, el viaje ha terminado”, “Pensé que éramos amigas”, “¿Qué?”, “Pensé que me llevarías gratis”. Quedé estupefacta, me puse a pensar en cómo salir de esa situación desagradable sin pelearme con ella.
Le dije: “Escucha, haces manicura a domicilio, ¿no? Hazme una manicura, te daré el dinero. Así será como si yo te hubiera dado un paseo amistoso y tú me hubieras ayudado también”. Y ella respondió: “Vaya, en realidad, por si no lo sabías, ¡ese es mi trabajo! ¿Eres tonta? ¡No te haré la manicura gratis!”.
Sí, por algo dicen que “los amigos de la infancia son los más fieles”.
3. Una buena razón
Subió una mujer de unos 35 años con el pelo de color verde manzana que estaba fijado con quien sabe qué cosa, pero permanecía parado hacia arriba a unos 20 o 30 centímetros. Debido al cabello, la mujer no podía sentarse derecha, por lo que viajaba reclinada y miraba constantemente su reloj. Se notaba que estaba nerviosa y apurada.
Comenzó a darme una curiosidad salvaje, pero me daba vergüenza preguntar. Con cada minuto que pasaba, la mujer se ponía cada vez más nerviosa, las miradas al reloj eran cada vez más frecuentes. “Escucha, ¿no podemos ir más rápido?”, me preguntó. “Ya lo ves, estamos en la fila, así que imposible”, le dije. “Lo siento, es que voy muy tarde”.
Mira el reloj, luego a mí, luego a la carretera y dice: “Disculpa, ¿puedo aplicarme pintura facial en tu auto? No mancharé nada, y si mancho, se lava muy fácilmente. ¡Si no, simplemente no llegaré a tiempo!”. Por alguna razón, sentí mucha pena por ella y le dije: “Bueno, pero me explicas todo”. Ella sonrió: “Mi hija tiene una obra de teatro en el kínder hoy, y yo actúo de cebolla de verdeo”.
Espero que haya llegado a tiempo.
4. Unión y empatía entre mujeres
Subió un hombre de unos 35 años. Tan pronto como salimos, me preguntó en tono de conspiración: “Escucha, no puedo explicarte todo, pero ¿puedes parar junto al metro? Me bajaré, y tú irás hasta el punto final sola. Te daré dos dólares extra”.
Miré que el pago era con tarjeta, dije que sí. Él dijo: “Pero llega hasta el punto final, verificaré por la aplicación”. Se bajó junto al metro, yo seguí conduciendo según lo acordado. De repente, recibí una llamada: “Hola, ¿estás llevando a ***? Yo pedí el viaje, es mi esposo, por favor, pásale el teléfono”.
Maldición, no podía fallarle a un hombre que ya me había dado el dinero. “Está durmiendo”, respondí. “No me mientas, no puede dormir en un auto. Dijo que hoy tenía que ir a trabajar, y llamé un taxi para ver a dónde iría. Por favor, dime, ¿dónde bajó?”.
La solidaridad femenina le ganó a los dos dólares: “Junto al metro”. “Gracias, muchas gracias”, respondió. Cuando terminé el viaje, me llegó de ella la propina máxima y una calificación de cinco estrellas.
5. A esto se le conoce como “exceso de trabajo”
6. El “campeón de la vida” claramente no estaba preparado para algo así
Subió un hombre de unos 35 años en un traje caro. Miró un rato por la ventana, luego dirigió su atención a mí:
— ¿Llevas mucho tiempo manejando un taxi?
— Pronto se cumplirán 3 años.
— ¿Y antes de qué trabajabas?
— Periodista.
— Y ahora, probablemente, ni siquiera te gustaría volver, ¿cierto? ¿Te gusta todo, el horario libre, ser tu propia jefa?
Asentí.
— Pero, en realidad, simplemente nadie te necesita y te mientes a ti misma, diciéndote que estás satisfecha. ¡Nunca encontrarás un trabajo normal! — y me miró con una mirada ganadora.
— Y tú debes ser un campeón de la vida, ¿no? ¿Un director de departamento en un banco, que cambia a las mujeres como guantes? Pero, en realidad, ellas te abandonan después de un mes de salir porque se dan cuenta de que solo eres un niño vacío, vicioso y obsesionado contigo mismo.
No soy Sherlock, resulta que ese hombre había dejado a una de mis amigas dos años antes, después de un mes de salir, en la celebración de su ascenso a director del departamento. Él, por supuesto, no se acordaba de mí.
— ¡Vete al demonio! ¡Solo eres una taxista y serás taxista toda tu vida! ¡Te daré una “estrella”!
No dije nada porque ambos entendimos quién había ganado.
Al día siguiente, mi amiga me pidió que volviera a contarle toda la historia en detalle cinco veces.
7. La historia de una opinión
Subió una chica de unos 27 años, sus movimientos eran bruscos, los labios fruncidos, estaba claro que estaba molesta por algo. Arrancamos. Frunció el ceño mirando un rato por la ventana y, de repente, se dirigió a mí: “Dime, todos los hombres son unos idiotas, ¿verdad?”.
Me aguanté el impulso de sonreír y las ganas de abrazarla. Todas hemos estado en ese estado, hermana. Ahora ella realmente necesitaba encontrar a alguien con quien hablar.
Asentí en respuesta: “No todos, pero sí muchos”. “No, ¡son todos!”, contestó ella. Fingí que pensaba por un momento: “Quizás tengas razón”. Estaba claro que solo necesitaba que alguien estuviera de acuerdo con ella. La chica asintió con satisfacción y volvió a mirar por la ventana.
Recordé la existencia de la pasajera solo cuando el navegador anunció que habíamos llegado a nuestro destino.
La chica guardó el teléfono. Me miró muy seria y dijo: “Sabes, estás equivocada. ¡No todos los hombres son así!”.
8. Dos en uno
Subió un hombre de unos 30 años con el ceño fruncido.
Miré el destino: traumatología. Lo miré con cautela y pregunté: “¿Te pasó algo o trabajas allí?”. Es mejor saber de antemano sobre estas cosas; una persona puede desmayarse por el camino o algo peor.
“Dos en uno: trabajo allí y creo que me rompí una costilla”. Se rio e inmediatamente se agarró del costado.
9. La cruda realidad de la paternidad
10. Cuando la crítica acertó en su evaluación
Estaba llevando a una mujer, ni siquiera recuerdo cuántos años tenía. Solo recuerdo que estaba lejos de ser una niña.
En un momento, en la radio comenzaron a sonar unos terribles aullidos de una canción pop. No recuerdo qué tipo de composición era, pero el significado del estribillo era algo como: “Yo te amaba, pero me dejaste. ¿Cómo vivir sin ti?”.
Cambié de estación y la mujer de repente volvió a la vida: “¿No te gusta esa canción?”. “¿Quieres que vuelva a ponerla? No sabía que estabas escuchando”, le dije. Ella me contestó: “No hace falta. Es solo que yo escribí la letra”.
11. En cierta medida, todos poseemos ciertas características que pueden relacionarnos con el estilo de vida hípster
Subió un chico con barba y cabello peinado al estilo hípster y se sentó en el asiento de acompañante. Trató de mirarse en el espejo lateral, pero no lo lograba. Luego se dio cuenta de que podía bajar la visera (resulta que así se llama esa cosa de cuero sobre tu cabeza), y comenzó a admirarse a sí mismo.
Después de un rato, se volvió hacia mí y me dijo: “Dime, ¿qué te parece mi corte de pelo? ¿Y la barba?”. En ese momento, yo estaba tratando de esquivar un auto que de repente se dio cuenta de que necesitaba dar la vuelta urgentemente. Por lo tanto, sin apartar los ojos del camino, respondí: “¡Hermoso!”. Se instaló una extraña pausa, me volví hacia el pasajero y él tenía la expresión de un niño ofendido: las cejas fruncidas, los labios apretados en forma de la letra O... “¡Pero ni siquiera volteaste a verme!”.
Y sentí tanta pena por él, después de todo, yo misma he estado en su lugar muchas veces.
12. No debes evaluar un libro únicamente por su apariencia externa
Llevaba a un hombre vestido formalmente y con un maletín de cuero, que hablaba por un auricular en su oído. En realidad, no escuchaba lo que decía; yo estaba ocupada con mis propios pensamientos. Solo escuché que tenía un tono de mentor. Pero, en algún momento, me di cuenta de que algo sonaba raro. Presté atención:
— Tu tarea es encontrar espacios en blanco. Tienes que ir a la ciudad, y allí preguntar, alguien definitivamente tendrá algo. ¿Estás loco? A caballo llegarás hasta mañana, ¡mejor toma un dragón!
Deberías haber visto mis ojos en el espejo retrovisor. Bueno, él me vio. Al principio, se asustó, y luego se echó a reír y explicó que estaba ayudando a un amigo a pasar un juego.