Ahora lo vi todo
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15 Adultos que aún recuerdan con tristeza las ofensas de su infancia

Las heridas emocionales de la niñez permanecen grabadas en la memoria para siempre, ya que impactan profundamente en el corazón. Es una tarea ardua dejar atrás las palabras hirientes, los castigos y las burlas de otros niños y adultos. Pero, en lugar de reprimir estos recuerdos, en ocasiones es mejor hablar de ellos con un amigo de confianza o compartirlos en línea. Tal como lo hicieron los protagonistas de las siguientes historias.

  • Éramos tres hermanos por parte de madre. Ella solo crio al menor, mientras que mi hermana, quien lamentablemente falleció hace 11 años, fue criada por mi abuela materna. En cuanto a mí, no conozco los motivos que llevaron a mi abuela paterna a tomar la decisión que tomó. Cuando tenía alrededor de 11 años, quizás, me fui a vivir con ella. En una ocasión de Navidad, recuerdo que le regaló ropa a la hija de una amiga, mientras a mí me obsequió solo un desodorante. Este gesto me hirió profundamente. A lo largo de mis 47 años de vida, he tenido muy poco contacto con ella. En el 2021, lamentablemente falleció, y para ser sincero, no experimenté ninguna emoción al respecto. Se podría decir que la había excluido completamente de mi vida. © Susana Maffioly / Facebook
  • Desde siempre, mi madre solía repetirme que no tenía ningún valor, y sus palabras resonaban con la idea de que era una molestia constante en su vida. Parecía que yo era la piedra en su zapato. En ocasiones, incluso llegué a pensar que si no hubiera nacido, ella tendría la libertad de viajar por el mundo sin ataduras. Como respuesta a esta situación, he buscado mantener la mayor distancia posible entre nosotros en un intento de vivir mi vida apartada de esa influencia negativa. © Rosa Angel Liz Garcia / Facebook
  • Las palabras que mi madre pronunció aquel día dejaron una marca indeleble en mi vida. Incluso en mi etapa adulta, su impacto perdura, dando lugar a sentimientos de ansiedad, depresión y diversas afecciones derivadas. “Te pareces a toda la raza de tu padre”, esas fueron sus palabras, y en ese momento comprendí que su afecto hacia mí era nulo. Entendí así las razones detrás de las palabras hirientes y el constante rechazo que experimenté. Aunque deseo encontrar la capacidad de perdonarla, en este momento me resulta difícil. © La Doña Lety / Facebook
  • Es realmente doloroso escuchar que eres “la favorita” de papá cuando en realidad nunca experimentaste ese sentimiento. Yo me esforzaba al máximo por conseguir calificaciones perfectas en el cuaderno, pero la respuesta que obtenía era siempre “un 10, solo eso, podrías haber alcanzado la excelencia...”. Este tipo de comentarios se repetían en muchas áreas y, incluso hoy, a mis 45 años, el dolor de lo que esa niña sufrió sigue afectándome profundamente. © Silvia Bogado / Facebook
  • Quiero compartirles una parte de mi historia en la que mi madre no me quiso ni me crio por llevar el nombre de mi abuela paterna. A veces, el odio puede cegarnos y llevarnos a cometer acciones terribles. Fui criada por mi abuela materna, pero cuando tenía 13 años, mi madre vino por mí y me entregó a un hombre 21 años mayor que yo. Esta etapa fue mi peor pesadilla. No podía encontrar la felicidad y, lamentablemente, perdí a mi primer bebé debido a la falta de experiencia y apoyo.
    Recuerdo pasar mis días en el campo, y aunque jugaba como una niña, no entendía completamente lo que estaba pasando. Pasaba largos días llorando en soledad. Sin embargo, logré rescatar algo valioso de mi triste historia: a mis dos hijos.
    A los 22 años, finalmente, alcancé la mayoría de edad y pude cumplir mi promesa de ser libre. Me alejé de esa situación dolorosa. Aunque perdí la oportunidad de ver crecer a mis hijos a mi lado, anhelaba la libertad y el amor, ser amada y respetada como mujer.
    Finalmente, a los 48 años, me enamoré y me casé con un hombre maravilloso que me ama y me respeta. También recuperé el amor de mis hijos y ahora tengo cuatro hermosos nietos, con uno más en camino.
    Sé muy poco de mi madre, quien ahora tiene 87 años, y nunca me pidió perdón. Sin embargo, yo la perdoné, siguiendo el consejo de mi abuela, quien me dijo una vez que perdonar es un acto divino. Comparto mi historia para destacar cómo la ignorancia puede llevar a las personas a cometer actos perjudiciales, creyendo que están haciendo lo correcto, y cómo esto ha afectado tanto a mi vida como a la de mis hijos. © Molina Zapata Carmencita / Facebook
  • Siempre las relaciones entre madre e hija han sido difíciles. En mi caso fueron más que difíciles, siendo la mayor, era la responsable de todo y mi madre me hacía sentir culpable. No tengo recuerdos muy lindos de mi niñez y adolescencia, creo que viví siempre con depresión y una tristeza permanente. Lo bueno es que me hizo una mujer fuerte y de carácter.
    Con mi hija estudié para ser una mejor madre y no arruinar su vida. En mi interior siempre pensaba en vivir en armonía, que el día a día fuera lo mejor que se pudiera, hacer recuerdos felices para el futuro. Hoy tengo dos hermosas nietas (son mi vida). Mi hija un día me dijo que yo había sido muy mala madre. Dijo que la obligaba a estudiar, que la metía en muchas actividades, que no la dejaba comer muchos dulces y no le daba permiso para salir a donde ella quería. Cuando le iba a responder para justificar mis acciones, ella me abrazó como nunca lo había hecho y me dijo: “Quiero ser tan mala mamá como tú”. Ahí entendí que era un homenaje, a su manera. Lloramos de la emoción. © Veronica Valdebenito / Facebook
  • Yo no podía abrazar a mi mamá, porque decía que tenía el olor de mi padre en mi pelo. Pero aprendí a perdonarla y ahora la cuido porque está enferma de Alzheimer, nadie quería cuidarla. Los doctores me felicitan por lo bien cuidada que está. © Elena Troncoso Iturra / Facebook
  • Desde mi infancia hasta la adolescencia, experimenté un constante rechazo por parte de mi madre. Nunca le agradó que la abrazara ni le diera besos en la mejilla. Observaba cómo ella actuaba de manera diferente con otras personas, y esa realidad dejó una marca profunda en mi vida. Con el tiempo, logré aprender a perdonarla y a perdonarme a mí misma. Entendí que cada uno de nosotros fue criado de una manera única y que a mi madre no le tocó experimentar cariño ni afecto en su crianza. Llegué a comprender que carecía de las habilidades para expresar afecto, ya que nunca le habían enseñado cómo hacerlo. En una conversación, le propuse que podíamos aprender juntas, al igual que un niño aprendería. Poco a poco, noté cómo ella comenzó a cambiar su actitud. En lugar de que fuera yo quien aprendiera de ella, la dinámica se invirtió, y yo tuve el honor de enseñarle con amor. Hoy en día, mi madre ya no está en este mundo, pero tengo la certeza de que me amó de una manera que logré percibir de formas sutiles. © Lourdes Ramos Moctezuma / Facebook
  • Mi mamá pasa la mayor parte del tiempo expresando que nunca deseó tener hijas, que siente aversión por las mujeres y que nuestra llegada empeoró su vida. Decidí alejarme para no continuar enfermándome por su actitud. A pesar de sus malos tratos, el amor que siento por ser mi madre y haberme dado la vida me ha llevado a perdonarla. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que estar distante es lo más saludable. © Griselda Castillo / Facebook
  • A lo largo de mi vida, he cargado con la culpa de haber nacido primero y de ser una mujer. Mi madre tenía la expectativa de tener un hijo varón, como suele suceder en muchas familias. Finalmente, tres años después, nació ese hijo deseado, y su llegada cambió la dinámica de todos. Los momentos felices parecían ser constantes. Sin embargo, hasta el día de hoy, siento que no encajo completamente en mi familia. © Fabiola Cordero Mendez / Facebook
  • Desde mi infancia, mi madre solía recordarme constantemente que ser zurda me hacía incompetente con esa mano y que no podría realizar nada valioso. Aunque mi padre no era zurdo, compartíamos la habilidad para el dibujo, y heredé esa destreza de él. © Gia Jofré Bernal / Facebook
  • Mi madre, sintiendo celos del amor que mi padre me daba y posteriormente molesta por mi independencia en la adolescencia, desarrolló un resentimiento hacia mí. Su aversión aumentó al notar semejanzas con mi abuela. Finalmente, su disgusto alcanzó su punto máximo cuando me divorcié, llevándola a despreciarme por completo. Parecía que nada en mí era positivo desde su perspectiva. Sin embargo, tomé la decisión de convertirme siempre en la mejor versión de mí misma y cultivar un amor propio profundo. Opté por ser feliz y valorarme. Ahora comprendo que a mi madre nunca le enseñaron a amar y, por lo tanto, no pudo enseñarme ni brindarme algo que ella misma carecía. © Kita AT / Facebook
  • Pasaron muchos años antes de que finalmente entendiera el motivo detrás de su comportamiento hacia mí. Resulta que mi papá me puso el nombre de su amante, lo cual llevó a la separación de mis padres una vez que mi madre se enteró. El nombre no podía cambiar, así que esa situación quedó así. A medida que el tiempo pasó, creo que mi madre llegó a comprender que yo no tenía ninguna responsabilidad en ese asunto. © Alicia MontLi / Facebook
  • Mi tía solía repetir constantemente que mi cuerpo se parecía al de mi padre, señalando lo que me faltaba o lo que me sobraba. Esto generó en mí profundas inseguridades. A menudo, subestimamos el impacto que nuestras palabras pueden tener en aquellos que dependen de nosotros. Aunque es verdad que ella lo hacía con la intención de herir, ya que sus palabras me causaron daño psicológico en numerosas ocasiones. © Silva Getzemani / Facebook
  • Mi madre me decía “hija de tu papá” como insulto. Siempre sentí que su afecto hacia mí era limitado, posiblemente debido a que era una mujer y tenía un parecido físico notable con mi papá. © Andrea Gaos / Facebook

¡Pero no todo son historias tristes! Contrario a lo que muchos contaron de sus progenitores, estos otros 18 usuarios sí que tuvieron suerte y ahora comparten las razones por las que piensan que sus mamás son las mejores. Awww.💖

Imagen de portada Kita AT / Facebook
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