Ahora lo vi todo
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15 Personas que son genios en manejar situaciones incómodas

¿Alguna vez has vivido una situación superincómoda? ¡Seguro que sí! Son esos momentos en los que te pones rojo como un tomate o te gustaría desaparecer de la faz de la tierra. No te preocupes, a todos nos ha pasado alguna vez. En este artículo vamos a mostrarte algunas situaciones incómodas que vivieron personas de la red y cómo hicieron para manejarlas sin morir en el intento. ¿Cuál es tu historia?

  • Cuando mi hijo era pequeño, no quería ir al kínder. Entonces, le expliqué que trabajábamos para ganar dinero, incluyendo dulces, y que ahora era su turno de “trabajar” en el kínder. Después de la escuela, íbamos a comprar dulces con el “dinero ganado”. © Yelena Cherkesova / Facebook
  • Unos vecinos ponían música pop a todo volumen cada noche, incluso después de pedirles que lo bajaran y llamar a la policía. Finalmente, un vecino puso ópera a todo volumen, lo que hizo que los amantes de la música pop se quejaran y se callaran. Después de varias horas de ópera, los vecinos nunca más pusieron su música a todo volumen. © Galina Veleva / Facebook
  • Si accidentalmente me quedo mirando después de un agotador día de trabajo la cara de alguien en el autobús y la persona se da cuenta y no le gusta, entonces digo: “Perdóname por mirarte así, es que me recuerdas a una actriz/actor y estoy tratando de recordar el nombre”. Y sonrío. La mayoría de las veces me sonríen en respuesta, todos quedan felices, no hay conflictos ni ofensas.

  • Mi compañera de cuarto de la residencia estudiantil tiene los despertadores más efectivos que jamás haya escuchado. Cada uno de ellos tiene su propia grabación de audio. En el primero, su voz dice: “¡Alina, despierta! Tienes que levantarte y estudiar, para que luego puedas conseguir un trabajo, ganar dinero y no convertirte en una vagabunda”. Luego, el segundo: “¡Alina, levántate! El tiempo para prepararte es cada vez menor”. Luego: “¡Aliiiiiinaaaaa! No tendrás tiempo de planchar tu ropa. Hoy irás a todas partes con ropa arrugada”. También: “¡Alina! No solo vas a ir con ropa arrugada, también con la cabeza sucia”. Otro: “¡Alina! ¡Prepárate, hoy serás un monstruo pequeño, sucio y sin maquillaje!”. Y mi favorito: “Alina, llegaste tarde, puedes no levantarte”.
  • Uso el transporte público todo el tiempo. Especialmente en la hora pico, cuando una parada está llena de personas esperando el codiciado autobús, tratando de determinar el lugar exacto donde este disminuirá la velocidad para saltar en él antes que todos y ocupar un preciado asiento. Encontré una solución: siempre sonrío al conductor del vehículo que se acerca. En el 90 % de los casos funciona y la puerta termina abriéndose justo enfrente de mí.
  • Estaba buscando trabajo. Durante una de las entrevistas en línea, mi gato saltó a la mesa. Lo quité, lo puse en mi regazo y noté la tierna expresión en la cara del reclutador. Me contrataron. Una amiga también estaba buscando trabajo. Se ponía nerviosa en cada entrevista, fracasó en 2 de ellas. La invité a mi casa, puse a mi gato en su regazo. Se calmó, comenzó la entrevista. Todo iba bien, y luego mi segundo gato fue corriendo. En el rostro del reclutador nuevamente hubo una expresión de ternura, y contrataron a mi amiga. Conclusión: los felinos calman y facilitan la comunicación.
  • En una ocasión, durante una conversación, cometí el error de llamar a mi novia por un nombre equivocado, lo que me causó una gran incomodidad y arrepentimiento. Tratando de salvar la situación, respondí rápidamente a su pregunta sobre mi equivocación, diciendo que solo estaba probándola y que pensé que no me estaba escuchando. A pesar de sentir un gran alivio en ese momento, más tarde me divorcié de ella después de haber estado casados por un tiempo.
  • Mientras trabajaba como cajera en un circo llamado “Canción de las cascadas”, ubicado sobre el agua, tuve un accidente y mojé todas las entradas antes del espectáculo, lo que equivalía a unos 1600 USD. Como no había tiempo para secarlas, decidí venderlas explicando a cada comprador que el circo estaba sobre el agua y por eso las entradas estaban mojadas. Sorprendentemente, nadie se molestó por la condición de las entradas y todos los compradores estaban contentos de ir al espectáculo con sus entradas mojadas y rotas.
  • Fui a una tienda. Quedaba en un pueblo, al lado de una carretera. La gente pedía helado, agua, carbón para asar carne. Luego un hombre de la fila pidió pollo congelado. Y que sí o sí fuera entero. Pagó, se puso hacia un lado, comenzó a meter ese pollo en la bolsa y, en el transcurso de la acción, empezó a hablar con la bolsa... Primero, todos lo miraban de reojo y luego se dieron cuenta: en la bolsa del hombre había un cachorro de Yorkshire terrier. La cabeza del tamaño de una manzana sobresalía por un costado y tenía un lazo rosa en la frente.
    —Ahora... te lo pondré de esta manera, y ya no tendrás más calor. Colocaré otra toalla encima y estarás bien. ¡Irás cómodo, será suficiente para llegar a casa!
  • Mi hijo estaba histérico, pidiendo un juguete. Yo no respondía. Un hombre pasaba cerca y dijo:
    —¡Señora, cómprele helado para que no llore!
    A lo que respondí:
    Puedes comprárselo tú mismo, no me molesta. Pero no te vayas demasiado lejos. Después de 15 minutos, querrá algo diferente.
    ¡El hombre quedó estupefacto! © Olga Bai / Facebook
  • Trabajé como fotógrafo en una playa a principios de los años 80. En ese entonces se hacían recorridos en autobús para los empleados: la empresa asignaba un vehículo, llevaba a los trabajadores a la playa el sábado por la mañana y se iban el domingo por la tarde. Yo les sacaba fotos el sábado por la tarde, tomaba el dinero y tenía que entregar las imágenes el domingo. Revelaba la película, la secaba, imprimía las imágenes y las ponía en un balde con una solución de bilis bovina (el proceso de obtención de fotografías en color en los años 80 era muy emocionante). Una vez, vino corriendo una multitud de vacacionistas: algo había pasado en la empresa y tenían que irse ya mismo. Encontré un balde viejo, le eché agua, puse las fotografías allí, les expliqué cómo secarlas en casa. Y se las entregué así: un cubo de fotos.
  • Esto pasó en los Estados Unidos. Estaba conduciendo a casa, iba detrás de la camioneta de un plomero. Y entonces vi con horror que en el parachoques trasero del vehículo había una llave de gas de tamaño bastante grande, que estaba a punto de caer en la carretera. Si semejante herramienta volaba contra el parabrisas, definitivamente lo dejaría hecho pedazos. Decidí seguir al plomero con cuidado, manteniendo la distancia, hasta que se detuviera, para informarle del peligro. No tardó en detenerse en la próxima gasolinera. De la camioneta salió un hombre barbudo y grandote, de aspecto bondadoso.
    —¡Oye, amigo!— dije. —¡Hay una llave de gas que está por caerse de tu parachoques!
    —¿Qué llave? ¡Ah! ¿Esta?
    Entonces el hombre se acercó al parachoques trasero y pateó la llave con la bota. La camioneta se estremeció, pero el objeto permaneció en su lugar.
    —La soldé al parachoques.
    —¡¿Para qué?!
    —¡Para que los demás mantengan la distancia! A ti también te observé por el espejo. Cuando la notaste, inmediatamente disminuiste la velocidad y te alejaste de mí. ¡Todos lo hacen ahora!
  • En algún momento de la vida, todos nos encontramos en una situación en la que no podemos aguantar más: cargamos bolsas pesadas y necesitamos ir al baño con urgencia. En estos casos, suelo imaginar que tengo un incentivo económico por hacerlo, como si al llegar con las bolsas a mi destino, recibiré una suma de 7000 USD. De alguna manera, esto me da fuerzas para seguir adelante y superar la situación.
Imagen de portada Olga Bai / Facebook
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