Ahora lo vi todo
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Abro hilo de cuando el abuelo murió, y no dejaban de asustarnos en la casa

El fallecimiento de un familiar puede ser un evento realmente complicado. No solamente queda un vacío en las vidas de sus seres queridos, sino que pueden crearse tensiones alrededor de la pérdida. En primer lugar, ajustarse al acontecimiento es una labor emocional muy pesada, y en segundo término, hay quienes tienen conflictos resolviendo herencias y testamentos. Así pues, cuando las confrontaciones suben de tono, parecería que los mismísimos muertos podrían llegar a disgustarse.

La generación de mi abuelo, y seguramente algunas generaciones anteriores también, crecieron y formaron sus familias en una vecindad donde cuatro o cinco hermanos y sus padres coincidían y tenían sus propias casas. Así, a mí me tocó crecer allí, y cuando me hice mayor y necesité más espacio, me mudé con mi abuelo, que vivía solo después de haber enviudado unos años atrás.

Cuando recién me instalé, él y yo compartíamos habitación, pues la casa no estaba acondicionada aún para que yo tuviera mi propia recámara. Mi abuelo tenía una condición cardiaca y problemas generales de salud, en buena medida por su edad, así que también por ello era conveniente que yo estuviera cerca en caso de cualquier emergencia. Él estaba ya algo enfermo y aunque la familia entera estaba al tanto de ello, mis papás y yo éramos quienes más al pendiente estábamos de su situación. Coincidíamos algunas ocasiones en que nos despertara algún estruendo inexplicable durante la noche, pero en su momento no le dimos la mayor importancia.

De repente hacíamos reuniones en nuestra casa, a las que asistían primos, tíos, algunos de los que vivíamos en la vecindad y otros integrantes de la familia. Comenzaban a suceder cosas extrañas en estos meses en los cuales la salud del abuelo comenzó a empeorar. Los más pequeños tenían miedo de quedarse solos en las habitaciones, además de que aseguraban que en ciertas ocasiones habían visto a niños que no conocían corriendo por los pasillos o asomándose por las puertas, detrás de los muebles y escondiéndose en la oscuridad.

Mi abuelo, por su parte, a menudo se quejaba de algunos ruidos que yo no lograba escuchar, puesto que salía al trabajo y a la escuela mientras él se quedaba en casa. A veces me decía que escuchaba voces, y que en momentos asumía que quizás yo había traído visitas, pero al regresar varias horas después y compartir nuestras versiones de los hechos, empezamos a sentir inquietud de estar allí.

No tardó mucho en fallecer el abuelo. Para entonces, ya había yo acondicionado mi propio cuarto, y luego de fallecer me causaba mucha inquietud entrar a su vieja habitación. Algo hacía que se me erizara el vello y me sentía inexplicablemente incómodo. Ahora que él no estaba, era poco común que fueran otros familiares a la casa y yo vivía prácticamente solo. Además, luego de su muerte, comenzaron a haber problemas relacionados con el testamento de mi abuelo.

Algunos de mis tíos se sentían amenazados por mí, puesto que el abuelo y yo éramos quienes teníamos una relación más cercana. La preocupación era que yo tuviera interés en quedarme con la casa, y en realidad no había nada más lejos de la realidad, pero aun así había peleas y confrontaciones sobre los bienes que estaban en disputa.

Conforme los problemas aumentaban, cosas extrañas sucedían en la casa. Por un lado, las cosas misteriosamente cambiaban de lugar o se rompían, lo cual era más extraño, incluso, puesto que era yo la única persona que vivía allí. A veces en la noche me despertaba un tirón violento de las sábanas. Alguien o algo me destapaba en medio de la noche.

Lo más inquietante que me llegó a suceder fue una noche que cerré la puerta para dormir. Si bien no era una práctica necesaria, pues nadie más dormía ni pasaba mucho tiempo allí, los ruidos y las cosas extrañas me hacían sentir miedo y buscaba protegerme constantemente. Así pues, aquella noche lo que me despertó fue el sonido de una respiración pesada fuera de la recámara. Se oía como si alguien realmente molesto estuviera esperando a que saliera, o que estuviera muy enojado porque no podía entrar. Antes de esa ocasión, no sabía que una respiración pudiera hacer tanto ruido.

Eventualmente, todos estos sucesos fueron demasiado para mí. No podía dormir, no quería quedarme solo y no había un solo día en el que no sucediera algo extraño. Me rendí, y a pesar del limitado espacio que tendría en casa con mis papás, concluí que sería la mejor opción, pues tantos sucesos paranormales eran más de lo que yo podía manejar. Tendría dos semanas o tres después de regresar con mis padres, cuando una de mis primas, que vivía junto a la vieja casa del abuelo, me extendió una amarga queja.

“Alonso”, me dijo, “¿Qué tú no duermes? Todas las noches es lo mismo, tú y tu movedera de muebles, estar golpeando paredes, gritando hasta la mañana. ¿Podrías no hacer todo eso mientras los demás dormimos?”. En ese momento me quedé helado y me paralicé: “Tengo ya varias semanas que no vivo allí”, respondí. “¿Entonces quién hace todo ese escándalo?”, preguntó molesta. Debió ver mi expresión de terror y en ese momento ambos supimos que lo que estaba pasando no era normal. Definitivamente, algo raro estaba sucediendo.

Después de reubicarme, la familia se relajó mucho con los asuntos derivados de la herencia. Sin mí en la casa, se tomaron con calma ese problema y se abrieron al diálogo para hacer una justa repartición de todo lo que había por distribuir. En un inicio me daba miedo ir a la casa, pero mi prima me informó que los ruidos poco a poco iban dejando de escucharse, hasta que eventualmente pararon e incluso podíamos volver a hacer reuniones tranquilamente. No sé si habrá sido una señal para que la familia dejara de pelear o si de alguna manera la tensión propiciaba ese tipo de energías, pero sin duda, los meses que padecí esa situación fueron los más aterradores y difíciles de mi vida.

¿Qué suceso inexplicable, que te pusiera los pelos de punta, has vivido?

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