Para mi hermano en el cielo: “Perderte me sacudió la vida. Dolerás siempre”
Decirle adiós a alguien que amamos es una de las experiencias más tristes y dolorosas que podemos atravesar. De algún modo, el ciclo de la vida se va cumpliendo y, en ocasiones, debemos dejar ir a quienes ya vivieron lo que les correspondía. Sin embargo, hay otro tipo de despedidas: las que se dan antes de tiempo, sin aviso y sin anestesia. Pueden pasar años, incluso décadas, pero hay quienes no se recuperan de un dolor así. Yo me incluyo en esa lista.
En Ahora lo vi todo, sabemos que no siempre encontramos las palabras para expresar lo que sentimos en mitad de un duelo. Por eso queremos compartir esta carta sentida escrita desde la profundidad del dolor de una hermana que perdió a su otra mitad en apenas unas cuantas horas.
A ti, que me quisiste como a nadie
Tenías 12 años cuando te enteraste de que ya no serías hijo único, el consentido de mamá. Ahora ibas a tener que compartir el amor y la atención de todos con un nuevo miembro de la familia. Cuando mi mamá te dio la noticia, esperabas, como mínimo, que te recompensaran el sacrificio con un hermano de tu mismo género, pero no. En lugar de eso, llegué yo: una niña a la que no le interesaban mucho tus carritos ni tus videojuegos. Para cuando hice mi aparición estelar en este mundo, mi interés principal era dormir de día y llorar de noche. ¡Cuánto debes haberme detestado!
A medida que empecé a crecer, comenzaste a darte cuenta de que cederme tus espacios, tanto físicos como emocionales, no era algo que te hiciera muy feliz. Tu hermanita se llevaba todos los piropos y halagos de la familia. Aunque era una bebé pelona, a todos les parecía hermosa, pero tú no podías estar más en desacuerdo. Eso de compartir tu vida conmigo como que no estaba saliendo según tus planes. El problema era que yo había venido sin política de devolución.
Con el tiempo, dejé de parecerte tan molesta y tu corazoncito empezó a latir más fuerte por mí. Me dabas de comer, me cambiabas los pañales, me arrullabas y jugabas conmigo. Eras un adolescente que se había dejado conquistar por una minihumana de medio metro. Y entonces llegó ese día, uno del que hablaste con orgullo durante las siguientes décadas: di mis primeros pasitos hacia ti. Mis papás no estaban en casa y, con el pecho inflado, les mostraste tu hazaña cuando llegaron. Habías logrado que yo aprendiera a caminar sin rebotar en el pañal.
Por años te volviste mi mejor compañía, mi persona favorita, mi salvador, mi cómplice, mi confidente. Nada era imposible si tú estabas a mi lado. Nadie era imprescindible si te tenía a ti. Iba a contar con tu protección toda la vida, así que nada malo me podía pasar. Éramos tú y yo contra el mundo hasta viejitos. Pero como dicen por ahí: “Si quieres hacer reír a la vida, cuéntale tus planes”. Creo que al menos debieron haberme avisado para poder prepararme.
Nunca olvidaré el día que te perdí. Fue tan inesperado, tan impactante. Me sacudiste la vida. Habías salido de casa hacía apenas unas horas, ¿cómo así que estabas en un hospital al borde de la muerte? No podías ser tú. Era imposible. No, no era imposible y sí eras tú. Verte conectado a cientos de aparatos monitoreando tu vida con pitidos fue una imagen que entró por mis ojos y me desgarró el corazón. Yo sabía que no ibas a salir de ahí.
Por mi pensamiento pasaron tantos recuerdos, tantas experiencias que habíamos compartido juntos y tantos sueños de momentos que siempre esperé vivir junto a ti. No podía ser verdad. No te podías ir así. En medio de todo tu dolor y tu inconsciencia, agarré tu mano, te dije cuánto te amaba y te admiraba, y tú, para responderme, solo soltaste una lágrima. Nadie me había dicho que uno sí puede escuchar al corazón hacerse pedazos.
Te contemplé por horas dentro de un ataúd antes de darte el último adiós. Ya no me salían más lágrimas, las había llorado todas. Me sentía vacía, incompleta, perdida. ¿Y cómo no? Si yo era tu princesita y tú, mi ángel guardián. No me cabía en la cabeza. ¿Cómo era que mi vida había cambiado así en unos pocos días? ¿Cómo que ya no íbamos a ver pelis abrazados los domingos o hacer guerra de cosquillas hasta que hubiera un ganador? Volver a casa luego de tu entierro fue oscuro, silencioso, desolador. Nos habíamos llevado el cementerio con nosotras para no dejarte solo allá.
Tardé semanas en asimilar que ya no estabas junto a mí. Soñé cientos de noches que la realidad solo había sido una pesadilla. Pasé meses tratando de reconstruirme, de volver a levantarme porque hacerte sentir orgulloso ahora era una prioridad. No podía creer que no te hubiera disfrutado más. Todavía me pesa en la conciencia no haber salido contigo a viajar más, rumbear más, loquear más... vivir más. Pero ningún arrepentimiento te devolverá.
Ha pasado más de una década desde aquella noche fatídica. He vivido muchos momentos que esperaba compartir contigo y, en cada uno de ellos, inconscientemente, he mirado a los lados, esperando ver tu cara orgullosa en la de algún extraño alrededor. Nada llena ese vacío en mi corazón. Mi duelo es como un niño que va creciendo y fortaleciéndose con los años. No sé de dónde salió esa frase de “el tiempo lo cura todo”, porque mi luto es eterno y duele cada día más.
Todavía me despierto en mitad de la noche llorando por ti. Aún sueño que eres parte de mi mundo y que celebras junto a mí a la mujer exitosa en la que me convertí. Sé que no habrías querido menos para mí. Yo te llevo en mi alma, marcado en mi piel y grabado en mi mente. Nunca dejarás de faltarme, nunca dejaré de quererte, porque perder a un hermano es doloroso, pero perder a tu único hermano es devastador.
Te amo siempre, no importa a qué hora o cuándo leas esto.
¿Qué quisieras decirle a esa persona que se fue antes de tiempo y extrañas todos los días?