17 Adultos que tienen un nudo en la garganta por las ofensas de la infancia incluso muchos años después
Las ofensas de la infancia se recuerdan de por vida, porque pegan directo en el corazón. Es difícil olvidar unas palabras pronunciadas sin cuidado, los castigos y las burlas de otros niños y de los adultos. Por lo tanto, es mejor no guardar estos recuerdos dentro, sino contárselos a un amigo o compartirlos en Internet. Los protagonistas de la selección de hoy utilizaron el segundo método.
En Ahora lo vi todo queremos publicar algunas historias sobre incidentes dolorosos de la infancia de los usuarios de la red. Esperamos que haber hablado sobre el tema les haya ayudado a dejar todo atrás.
1.
Cuando era adolescente, mantenía correspondencia con una amiga a través de cartas de papel. Un día, estaba volviendo de la tienda, y mi tía salió del edificio (vivía al lado) y me entregó un sobre que estaba abierto. La miré y le pregunté por qué no estaba cerrado. Mi amiga firmaba con el nombre de un personaje de anime y a mi tía le había dado curiosidad ver quién me escribía con un nombre así. Así que había abierto la carta y había leído todo. Después de este incidente y hasta el día de hoy no puedo tener una relación normal con esta tía. © Lorey Marshal / Genial
2.
Todavía recuerdo cuando en el kínder me dieron uno de los papeles principales en una obra. Me preparé diligentemente para el papel, el día de la obra hice mi mayor esfuerzo porque me estaba viendo mi mamá. Y ella me castigó después de la obra: dijo que me había destacado mucho y ella se había sentido avergonzada. Nunca más en mi vida acepté actuar. Y no me gusta que me saquen fotos, siempre me escondo detrás de alguien para no destacar. © Natalia Shchetinina / Facebook
3.
Tenía unos 13 años, durante el día, mis amigas y yo tratábamos de vernos geniales, nos maquillábamos como si fuéramos adultas, pero por la noche nos escondíamos en el descanso de la escalera del último piso y jugábamos con muñecas. Un día, estaba de pie con un grupo de chicos mayores, viéndome genial, contando algo, y junto a mí estaba el chico que me gustaba.
Entonces mi madre pasó por ahí y dijo: “¿Qué haces aquí? Todavía eres una niña, sigues jugando con muñecas”. Y comenzó a contarles a todos los niños cómo jugábamos con mis amigas en el descanso de la escalera. Nunca me había sentido tan humillada. Recuerdo que todos se reían y luego se burlaron de mí. Cuando llegué a casa, tiré todos mis juguetes. No sé por qué mi madre hizo algo así. Han pasado 20 años, pero me sigue doliendo haber tirado mis muñecas favoritas. © Diana Prikule-Pape / Facebook
4.
Mis padres estaban de viaje, tenían que regresar el 31 de diciembre. Y, según la tradición familiar, siempre teníamos invitados en casa ese día. Quise complacer a las visitas y a mis padres, cociné y puse la mesa. Tan pronto como todos se sentaron, mi madre se disculpó por adelantado, diciendo que si algo no estaba sabroso, tuvieran en cuenta que no había sido ella quién lo había cocinado, sino su hija.
Yo estaba muy ofendida. Aunque todos los invitados me elogiaron, todavía no puedo olvidar ese momento. Y cosas similares continuaron sucediendo a lo largo de toda mi vida. Mi madre nunca me elogió ni permitió que otros hablaran bien de mí, ni siquiera si era alguien de nuestros familiares o amigos. © Lale Ismailova / Facebook
5.
Mi madre me insultaba constantemente y decía que era torpe. Que ella era una mujer ordenada, pero yo había salido a mi padre. A los 14 años me fui a vivir sola y ya no volví a vivir con ella. La vida demostró que yo no era peor que mi mamá, y que tal vez incluso era mejor. Cuando ella ya era anciana, le pregunté: “Mamá, ¿por qué me hiciste esto?”. Y respondió: “¡Para que nadie te envidiara!”. Tenía miedo de amar. © Irina Starodubtseva / Facebook
6.
Mi prima casi no tenía cabello y le compraron un acondicionador importado terriblemente caro. Un día, después de bañarme, mi prima me acusó de haber usado su acondicionador. Mi tía empezó a olerme la cabeza y a decir que yo era una ladrona.
Corrí hacia mi madre, pensando que me miraría a los ojos y sabría que yo estaba diciendo la verdad, porque realmente no lo había usado. Mi mamá también olió mi cabello y dijo que no estaba segura de si me había lavado la cabeza con ese acondicionador o no. Pero si ellas creían que lo había tomado, entonces realmente era una ladrona. El hecho de que mi propia madre no me creyera y no me protegiera fue un gran golpe. Siempre había sido obediente. Nunca le había mentido. © Natalia Vodneva / Facebook
7.
8.
Fue en 1961, en el 1° grado de primaria. Comenzamos a dibujar unos palitos. Como soy zurdo, tomé el bolígrafo con mi mano izquierda. La maestra lo vio, me pidió que me pusiera de pie y me regañó delante de toda la clase por ser zurdo. Y dijo que tenía que aprender a escribir con la mano derecha.
Lo intenté, pero mis palitos salieron torcidos y me puso una calificación baja. Luego, me hizo pararme nuevamente frente a toda la clase y me reprendió, diciendo que no solo era zurdo, sino que también era un mal alumno. Toda la clase comenzó a burlarse de mí “mal alumno zurdo”. Después de eso, cada mañana en casa comenzaba con un escándalo porque yo no quería ir a la escuela. © Viktor Korn / Facebook
9.
Tengo más de 50 años, pero todavía no puedo olvidar algunos momentos de mi infancia. Tal vez simplemente tendría que borrarlos de la memoria, pero no sé cómo.
A menudo me dejaban en un kínder que funcionaba las 24 horas y me iban a buscar los viernes. Un día, no sé por qué, mi papá vino a buscarme a mitad de semana. ¡Estaba tan contenta y feliz de que vería a mi mamá y a mi hermano! Llegamos a casa, pero mi madre ni siquiera me abrazó y regañó a mi padre por haberme traído. Y yo tenía tantas ganas de abrazarla... No sé, tal vez los tiempos eran difíciles y la gente también lo era. Pero yo solo tenía 5 años...
10.
Tenía unos 8 años, mis abuelos habían venido de visita y mis padres se había ido. Decidí darles una sorpresa a mis abuelos. Me levanté temprano en la mañana, limpié la cocina, preparé el desayuno, acomodé los platos hermosamente en la mesa y me fui a mi habitación, contenta porque “el desayuno estaba servido”.
Por la tarde, cuando mi abuela me vio, me dijo con disgusto: “El desayuno estaba frío y te olvidaste de servir la leche”. Y mi abuelo, mirándome, agregó con un resoplido: “Se lo llevé todo a un perro callejero”. No volví a tratar de darles una sorpresa. Nunca. © Lucy Gabay / Facebook
11.
Íbamos a ir de excursión con la clase. Se suponía que el autobús saldría de la escuela a las 8:00 h. Yo estaba allí a las 7:45 h. Esperé hasta las 8:00 h. Entonces salió la vigilante y dijo: “¿Vienes para la excursión? No esperes, todos vinieron más temprano y el autobús se fue”.
Al día siguiente, le dije a la maestra: “Pensé que habíamos dicho que saldríamos a las 8:00 h, llegué 15 minutos antes, pero no había nadie, ¿será que anoté mal el horario de salida?”. Y ella me respondió: “No, estaba bien. Pero como todos vinieron antes, nos fuimos, ¡no íbamos a estar esperando a una sola persona! ¡Tendrías que haberte apurado!”. Fue injusto hasta las lágrimas. Mi madre tardó mucho en calmarme. © Olga Stankevich / Facebook
12.
Tenía 4 años cuando, en la boda de mi primo, me regalaron una muñeca que iba montada en el capó de un coche de bodas. ¡Mi felicidad no tenía límites! Pero la sobrina de la novia quiso la misma muñeca un poco más tarde. Ella entonces tenía unos 10 años. Por la noche, cuando yo dormía, esta muñeca me fue sustituida por una fea y barata. Todavía recuerdo mi dolor infantil. Lloré durante dos días... © Irina Sergeeva / Facebook
13.
14.
Tenía 14 años. Un día, me resbalé en una escalera y, al caer, me lastimé el pie (una fisura en el tobillo). Desafortunadamente, justo estaba usando un abrigo nuevo ese día. Cuando rengueé hasta mi casa, apenas superando el dolor, en lugar de palabras de consuelo y ayuda, escuché la pregunta: “¡¿Acaso rompiste tu abrigo nuevo?!”. Quedé en completo estupor. Y, por cierto, no había roto mi abrigo, porque cuando me caí, automáticamente lo levanté por alguna razón.
Lloré toda la noche y en respuesta a mis lágrimas escuchaba: “¿De qué te quejas? ¡Tienes que mirar debajo de tus pies!”. A la mañana siguiente, unos amigos me ayudaron a llegar al hospital, donde el médico me puso una férula. Los mismos amigos me llevaron a casa.
Me senté en la cocina a hacer mi tarea. Tuve que extender la pierna: así dolía menos. Y mi madre, al pasar, dijo: “¡Junta las patas, simuladora! No puedo pasar”. El recuerdo me sigue poniendo mal, y han pasado 20 años. © Sandra Shatalova / Facebook
15.
Una víspera de Navidad, le pedí a mi madre que me comprara un diario. Y ella me lo regaló: un cuaderno rosa, “esponjoso” y un bolígrafo con destellos. Pero dijo: “Prepárate para que alguien lo lea”. Y así sucedió: mi abuela paterna rebuscó en mi habitación, encontró mi diario y lo leyó. Al principio, solo se divertía con lo que yo había escrito sobre mi amor por un amigo de la infancia o sobre una ofensa por una amiga. Pero luego llegó a las páginas donde escribí sobre mis sentimientos por ella. Se puso a gritar, le mostró estas páginas a mi padre, y hubo un gran escándalo sobre el tema: “¡Este es el tipo de hija que criaron, no respeta ni a su abuela!”. En resumen, tiré el diario. Y todavía no he perdonado a mi abuela. © Maria Denisyuk / Genial
16.
Estaba estudiando en la universidad, todavía vivía con mis padres. La mañana del primer día de exámenes de la sesión de verano me levanté, fui a la cocina y me desmayé. Mis padres: “Oye, actriz, ¿tienes miedo de ir al examen?”. Cabe señalar que siempre recibía notas buenas. Y no entiendo por qué de repente tuvieron ese pensamiento. Dije: “No me siento bien, llamen al médico”. Pero mis padres ni se inmutaron: “¿Qué médico? ¿Y el examen? ¿Vas a rendir el recuperatorio con los peores alumnos? Junta tus cosas y sal, tu padre te llevará”.
Fuimos en auto, en el camino comencé a vomitar mucho. Mi padre dio la vuelta al auto y regresamos a casa. Estaba acostada, tapada con una manta, temblando tanto que la cama se sacudía. Una vez más, pedí que llamaran al médico. Mis padres: “Deja de fingir, cámbiate de ropa y ve a la universidad”. En resumen, me llevaron allí, aprobé el examen. Salí, y mi madre dijo: “Y, ¿de qué tenías miedo? ¡Si aprobaste!”. Respondí: “¡No tenía miedo! ¿Ya puedes llamar al médico?”. Cuando llegamos a casa, tenia de 39,5º de fiebre. Llamaron a un médico. Diagnóstico: angina, 2 semanas de antibióticos y reposo en cama. Me quedé dormida. A la mañana siguiente, me despertaron con las palabras: “¿Cuánto tiempo más te quedarás en la cama? En 3 días tienes el próximo examen, tienes que prepararte. ¿O quieres rendirlo después con los peores alumnos?”. Telón. © Masha Kulebyakina / Genial
17.
De pequeña, mis orejas sobresalían. Era una verdadera maldición para mí, más siendo niña. Me sentía fea, mis compañeros se burlaban de mí. Una vez, tuve una crisis nerviosa. La escuela montaba una obra con personajes de dibujos animados. La maestra repartía los papeles. De repente, sonrió de oreja a oreja y dijo a viva voz que yo sería Dumbo. Mi mamá tuvo que ir a la escuela para pedir explicaciones. Aunque me gradué de la escuela hace varios años, todavía no he perdonado a esa maestra. © Oídoporahí / Idear
Estas historias le sucedieron a personas comunes que se enfrentaron a la insensibilidad de los demás en la infancia. En Ahora lo vi todo creemos que es mejor expresar aquello que nos hizo mal, por lo que nos complacería que tú también compartieras tu experiencia en los comentarios. Y nosotros nos aseguraremos de que la mayor cantidad de gente posible te lea.