17 Maestros que fueron víctimas de la lógica infantil de sus alumnos
Los niños suelen destacar por su cómica inocencia y los docentes son testigos de ello. Desde travesuras hasta preguntas inesperadas, los profesores suelen tener un sinfín de historias como resultado de las curiosas mentes de los pequeños. ¿Preparado para leer algunas de ellas?
- Tengo ojeras muy profundas, pero con los lentes las disfrazo bien. Una vez, tuve que cambiarlos y fui a trabajar sin ellos porque no tenía otros de reserva. Un alumno me miró y dijo: “Maestra, ¿siempre tuviste eso en la cara?”. Me dio un ataque de risa, pues él se refería a mis ojeras. © Juliana Bandeira de Almeida / Facebook
- Era profesora de educación especial y tenía un alumno con autismo leve (síndrome de Asperger), que solo se quedaba conmigo. Un día, yo estaba sentada a su lado, él apoyó su cabeza en mi hombro y dijo: “Mmm, profe, tiene olor a lasaña...”. Me lo quedé mirando confundida sin entender nada y le pregunté: “Entonces, ¿huelo mal?”. Él me contestó: “No, ¡a mí me gusta la lasaña!”. © Maquelen Pilger / Facebook
- En 2009, fui a trabajar a la escuela casi todo el año con el mismo jean. Un día, los alumnos me preguntaron: “Profesora, ¿no tiene otro pantalón?”. © Gracinha Ventura / Facebook
- Una vez, fui a dar clases con una blusa dividida en dos colores: un lado era blanco y el otro, azul. Una alumna me miró y preguntó: “Maestra, ¿por qué estás vestida de Ben 10?”. Me reí a carcajadas. © Juliana Bandeira de Almeida / Facebook
- Trabajaba en un colegio militar y siempre iba a enseñar con el uniforme impecable. Un bello día de fin de semana, estaba en el shopping de otra ciudad, cuando, de la nada, oí a alguien diciendo con espanto: “¡Profesora! ¿Usted usa shorts?”. (Era una alumna de 6.° año, con cara de incredulidad al verme con ropa normal). © Alda Chagas / Facebook
- Renuncié al magisterio y el motivo fue muy gracioso. Durante una clase de práctica, un muchacho se dio cuenta de que yo era más baja que algunos de mis alumnos del grupo de 3.° año. Y pensé: “¿Cómo voy a ganarme el respeto de estos niños si soy más chica que ellos?”. ¡No mido ni un metro y medio de altura! © Roselaine Broqua Carvalho / Facebook
- Me jubilé recientemente como profesora de Lengua y vi de todo en esta profesión. Una vez, una alumna tenía que hacer un trabajo sobre un libro que ella misma debía escoger. En una de las preguntas, era necesario explicar la razón de esa elección. En la respuesta, ella afirmó que quien le aconsejó leer el libro fue su hermana. Solo que había un detalle... Conozco a toda su familia porque le di clases a su padre, a su madre y hasta a sus hermanos. Pero, hermana, ella no tenía ninguna. © Isabel Cristina Cançado Moraes / Facebook
- Como profesora de lengua inglesa, tengo que enfrentarme con algunos alumnos desafiantes: “Dudo que vaya a dar toda la clase en inglés, veamos si sabe hablarlo”. Cuando comienzo a hablar todo el tiempo en el idioma, ellos se quedan estupefactos. Unos se ríen nerviosos y otros responden: “Yeah, teacher”. Después, vuelvo a hablar en español y ellos confiesan: “¡Nuestra profesora realmente habla bien en inglés!”. © Fabiane Souza / Facebook
- Siempre uso maquillaje, aunque básico, cuando doy clases. Me gusta maquillarme y amo ser maestra. Una vez, me levanté muy resfriada. Era uno de esos días en los que no tienes ganas de salir de la cama. Solo me di un baño, me arreglé el cabello y no me puse nada en el rostro para ir a la escuela. Ya en el colegio, vi a un grupo de alumnos inquietos al entrar al aula. Esperé que todos se sentaran y pregunté: “¿Está todo bien? ¿Qué pasó?”. Ellos se miraron y uno respondió: “¿Usted está bien?”. Contesté: “Hoy no tanto. Estoy resfriada. Pero ¿por qué lo preguntas?”. Él me respondió: “Por nada, ¡es que tiene la cara DESTRUIDA!”. (Lo peor es que él estaba en lo cierto). © Fran Paulo / Facebook
- Le estaba colocando un tenis a uno de mis alumnos. Tomé el calzado y le pedí: “Dame tu pie”. Él me dio el pie derecho y yo dije: “Es el otro”. Me dio el izquierdo, pero ahí noté que tenía el tenis derecho en la mano. Dije: “No, es el otro”. Entonces él me contestó indignado: “Pero maestra, ¡yo solo tengo estos dos pies!”. Todavía me sigo riendo. © Danielle Carvalho / Facebook
- La última vez que usé una falda para enseñar fue un día atípico. Estaba al final del salón, guardando mis cosas en el armario. De repente, de la nada, sentí que mi falda se levantaba; miré hacia abajo y vi una cabecita. El estudiante me miró e hizo una señal para que me callara. Él se estaba escondiendo de un compañero. Me reí, pero nunca más llevé falda a la escuela. © Renata Santos / Facebook
- Soy profesora de biología y tengo 1,53 m de altura. Una vez, yo subía las escaleras para dar mi clase, cuando la directora casi me amonestó pensando que era una alumna sin uniforme. © Michele Da Costa Gama de Oliveira / Facebook
- En la época en que enseñaba a alumnos de 2.° grado, ellos se quedaron sorprendidos al saber que yo recibía un salario por dar clases. © Fernanda Rodrigues / Facebook
- Era mi primer año como maestra. En ese entonces tenía un grupo de preescolar, alumnos de 5 o 6 años. Un día, le pregunté a una niña por qué no había hecho la tarea. Ella me respondió que su dinosaurio se la había comido. Cuando le hablé a su madre sobre esto, obtuve como respuesta que quien se había comido la tarea había sido el perro, cuyo nombre es Dinosaurio. © Elangela Alcântara / Facebook
- Un día, estábamos haciendo un trabajo con brillantina en polvo con un grupo de niños. Una estudiante de 4.° tomó un puñado de brillantina y la esparció sobre mí, toda sonriente. Le pregunté: “¿Por qué hiciste eso?”. Ella contestó: “Para que quedes más linda para los muchachos” (lo dijo muriéndose de risa). ¿Quién puede resistirse a una broma inocente como esta? © Valquiria Brum / Facebook
- Mido apenas 1,57 m y soy profesora de Educación Física. Fui a dar una clase a los alumnos de preescolar y uno de los pequeños le preguntó a la directora: “¿Las niñas pueden dar clase?”. ¡No paré de reírme! © Fabiana Corrêa Gomes / Facebook
- Yo siempre iba a la escuela maquillada con base para disfrazar mis pecas, que no me gustan. Cierta vez, estaba medio enferma y fui a trabajar con la cara limpia. Un alumno me miró y preguntó: “Maestra, ¿tienes varicela?”. Contesté: “No, ¿por qué?”. Y él me dijo: “Porque tienes la cara llena de puntitos”. No aguanté la carcajada. © Amanda Fôro / Facebook
Imagen de portada Elangela Alcântara / Facebook
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