Ahora lo vi todo
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18 Anécdotas de la niñez que las personas nunca pudieron borrar de su mente

La infancia es una etapa muy importante para el ser humano. Las experiencias que vivimos en nuestros primeros años de vida pueden moldear e influir en el tipo de adultos que seremos. Lamentablemente, los padres no son perfectos y hay momentos en los que sus acciones nos lastiman, a veces sin notarlo siquiera.

Reunimos historias de usuarios que decidieron desahogarse compartiendo lo que vivieron de pequeños y nunca pudieron olvidar.

  • Todavía recuerdo cómo en el kínder me asignaron uno de los papeles principales en una obra. Me preparé diligentemente para el papel, el día de la obra lo interpreté en un suspiro, me esforcé frente a mi madre. Y después del evento ella me castigó, porque me había destacado mucho, y ella se avergonzó de mí. Nunca más en mi vida he aceptado actuar. Y no me gusta que me fotografíen, todo el tiempo me escondo detrás de alguien, para no destacar. © Natalia Shchetinina / Facebook
  • Tenía unos 13 años y había un chico en el patio de juegos que me gustaba mucho. Durante el día, mis amigas y yo éramos geniales, maquilladas, como si fuéramos adultas. Y por la noche nos escondíamos en el último piso de la escalera y jugábamos con muñecas. Y luego, un día, yo estaba parada en el patio de juegos con unos chicos mayores que yo, toda cool, contando algo, y a mi lado estaba el chico que me gustaba. Entonces mi madre pasó por ahí y me dice: “¿Qué haces aquí? Aún eres una niña, todavía juegas con muñecas”. Y se puso a contarles a todos los chicos con todo detalle cómo mi amiga y yo jugábamos en la escalera. Por alguna razón, quería burlarse de mí.
    Nunca me había sentido tan humillada. Recuerdo cómo todos se reían y luego se burlaban. Cuando llegué a casa, tiré todos mis juguetes. Desde entonces, no he tenido un solo juguete. Por qué mi mamá hizo eso, no lo sé. Han pasado 20 años, pero sigue sintiendo tristeza por haber tirado mis muñecas favoritas para que nadie supiera que jugaba con ellas. Ese día, mi infancia terminó. © Diana Prikule-Pape / Facebook
  • Una vez, íbamos a hacer una excursión con mi clase. Se suponía que el autobús saldría de la escuela a las 8:00. Estuve allí a las 7:45. Esperé hasta las 8:00. Entonces salió la vigilante y dijo: “¿Viniste para la excursión? No esperes, todos vinieron más temprano y el autobús se fue”.
    Al día siguiente, le pregunté a la maestra de la clase: “Pensaba que habíamos acordado estar a las 8:00, llegué 15 minutos antes, pero no había nadie. ¿Quizás me equivoqué de hora?”. Y ella me respondió: “¡No, es correcto! Pero como todos llegaron temprano, nos fuimos, ¡todos no esperan a uno! ¡Tendrías que haberte apurado como los demás!”. Me sentí ofendida hasta las lágrimas. A mi mamá le costó mucho trabajo calmarme. © Olga Stankevich / Facebook
  • Mamá me insultaba constantemente y decía que yo era torpe. Ella era ordenada, pero yo me parecía a mi padre. A los 14 años, me fui a vivir a un albergue y no volví a vivir con mi madre. La vida ha demostrado que no soy peor que ella, y tal vez incluso mejor. Cuando mi madre ya era anciana, le pregunté: “Mamá, ¿por qué me hacías eso?”. Ella respondió: “¡Para que nadie te envidiara!”. Tenía miedo de amar. © Irina Starodubtseva / Facebook
  • Mi prima casi no tenía pelo y le compraron un acondicionador importado tremendamente caro. Después de lavarme, mi prima me acusó de haber usado su acondicionador. Mi tía empezó a olfatearme la cabeza y a decir que yo era una ladrona. Corrí hacia mi madre y pensé que me miraría a los ojos y entendería que estaba diciendo la verdad. Porque de verdad no lo había tomado. Mi mamá también me olió el cabello y dijo que no estaba segura de si me había lavado la cabeza con ese acondicionador o no. Pero si ellos pensaban que lo había tomado, entonces realmente era una ladrona. El hecho de que mi propia madre no me creyera y no me protegiera fue un gran golpe para mí. Siempre había sido obediente. Nunca le había mentido. © Natalia Vodneva / Facebook
  • Fue en 1961, en primer grado. En una clase, comenzamos a dibujar palitos. Como soy zurdo, tomé la pluma estilográfica en mi mano izquierda. La maestra lo vio, me pidió que me pusiera de pie y frente a toda la clase me regañó por ser zurdo. Y dijo que tenía que aprender a escribir con la mano derecha.Lo intenté, pero mis palitos salieron desiguales y me pusieron un uno. Me hicieron pararme de nuevo frente a toda la clase y me reprendieron, diciendo que no solo era zurdo, sino también mal estudiante. Toda la clase comenzó a burlarse de mí diciendo “zurdo mal estudiante”. Después de eso, cada mañana comenzaba con un escándalo en casa porque yo no quería ir a la escuela. © Viktor Korn / Facebook
  • Tengo más de 50 años. Pero todavía no puedo olvidar algunos momentos de mi infancia. Tal vez realmente necesite borrarlos de la memoria, pero no lo logro. A menudo me dejaban en un kínder abierto las 24 horas y me recogían recién el viernes. Un día, mi papá, no sé por qué, vino a buscarme a mitad de semana. Yo estaba tan feliz de que vería a mi madre y a mi hermano. Llegamos a casa, pero mi madre ni siquiera me abrazó y regañó a mi padre por haberme traído. Y yo tenía tantas ganas de acurrucarme con mi madre... Bueno, no sé, tal vez los tiempos eran difíciles, entonces, y la gente también. Pero yo solo tenía 5 años... © Hilola Musaeva / Facebook
  • Me sucedió con mi primera maestra, a quien amaba y en quien confiaba mucho. Cuando yo tenía 7 años, mi mejor amigo murió: fue atropellado por un camión cuando iba en bicicleta. Su madre me regaló un libro con rompecabezas como recuerdo de Alex. Era un libro muy bueno, me gustaría tener uno así incluso ahora, y en ese entonces era un verdadero tesoro, y encima con valor sentimental. Mi madre me permitió llevar el libro a la escuela, y mis compañeros y yo resolvimos acertijos durante los recreos. Después de las lecciones, la maestra se acercó, me preguntó quién me había regalado ese libro y me pidió que se lo prestara para verlo en su casa. No hace falta decir que nunca volví a ver ese libro. Aunque en la primera hoja estaba escrito “Para Margarita de Alex”. Sigo sin entender: ¿cómo pudo una persona adulta, una maestra, haber hecho eso? ¿Un libro interesante realmente es digno de perder la confianza de un niño? © Margarita Gerashchenko / Facebook
  • Tenía unos 8 años. Mis abuelos vinieron de visita y mis padres se fueron. Decidí complacer a mi familia. Me levanté temprano en la mañana, limpié la cocina, preparé cereal, lo puse en platos, coloqué los platos hermosamente en la mesa y me fui a mi habitación. Como diciendo, el desayuno está en la mesa. Por la tarde, mi abuela, cuando me vio, dijo con disgusto: “Los cereales estaban sumergidos en agua, y había que ponerles leche”. Y mi abuelo, mirándome, agregó con un resoplido: “Se lo llevé a un perro en el patio”. Ya no volví a intentar complacerlos. Nunca. © Lucy Gabay / Facebook
  • De adolescente dibujaba mucho en clases. Hacerlo me ayudaba a concentrarme en la clase, ya que si no me distraía con el excesivo maquillaje, aros enormes, arrugas, accesorios en el pelo y todas las mil chácharas del estilo sobrecargado que usaba la profesora.
    Un día la maestra me quitó el cuaderno, lo vio y con desprecio me dijo delante de todo en curso “¿usted cree que va a vivir de hacer monitos?”, y con soberbia lo lanzó de vuelta a mi mesa...
    Hoy soy egresada de la escuela de Bellas Artes y tengo más de 20 años de experiencia como tatuadora profesional; en el año 2006 o 2007 tuve el gusto de encontrarme con ella, y me di el lujo de recordarle lo que me había hecho, y decirle en su cara que me va bastante bien gracias a mi oficio, le dije que la gente me busca, me espera, y paga para que les “haga monitos” en la piel. © Paz Andaur / Facebook
  • Cuando estaba en secundaria teníamos que hacer un vídeo como proyecto. Tomé la responsabilidad del grupo para editarlo, ya que nos habían dado una última oportunidad de entregarlo o quedaríamos reprobados (Cabe mencionar que pasamos por muchísimos contratiempos, reuniones a las que no iban miembros, cambios de sitios de grabación, etc.). Pase toda la tarde hasta las dos de la mañana editando y me levanté 6:30 am para terminar, a las ocho tomé el transporte público con mi último pasaje (tendría que volver caminando y vivía muy lejos) para ir a entregarlo. Al llegar se lo mostré y la profesora empezó a señalar todos los defectos en voz alta, quejándose, diciendo que eso no podía mostrarse así y que estaba todo mal frente a una clase llena de gente desconocida que empezaba a reírse. Me hizo sentir como que todo mi esfuerzo no había válido para nada, que por mi culpa todos los del equipo nos reprobaríamos. Me iban a echar la culpa. En ese instante me agarró un ataque de pánico y casi no podía respirar, por lo que mi mamá tuvo que venir a recogerme.
    Luego hablaron con la profesora y le llamaron la atención, ella dijo que había pasado un mal día y tenía problemas, pero como estudiante yo no tenía por qué soportar eso y menos que se desquitara conmigo. Paso mucho tiempo, pero aún en mi familia seguimos enojados por lo que pasó. © Andy Zúñiga / Facebook
  • Iba a ser el cumpleaños de mi mamá. Yo tenía 5 ó 6 años y había logrado juntar un poco de dinero de lo que me daban mis tíos, así que salí corriendo hacia una papelería cerca de casa, cuidé que mi abuela no me viera porque quería que fuera una sorpresa.
    Llegué y vi un perro de peluche mediano, se veía muy bonito, logré notar que me alcanzaba para eso y más, así decidí comprar un rímel y un delineador para los ojos, no sabía como se llamaban, pero los reconocí porque esos usaba mi mamá todas las mañanas antes de ir a trabajar. La chica que me atendió me dijo que me lo podía poner en una bolsita de celofán con confeti y un moño grande, se veía muy lindo, quedé enamorada del regalo tan lindo que le daría a mi mamá. Cuando iba a pagar me di cuenta de que no me alcanzaba para la envoltura, así que la chica amablemente me dijo que solo le pagara las cosas y el arreglo me lo iba a regalar, me emocioné aún más. Corrí a casa súper feliz, guardé la bolsa y esperé a mi mamá. Cuando llegó saque su regalo, le di un abrazo y un beso. Ella miró el regalo y dijo: “¿un peluche? Eso es basura, además ese rímel es color azul, yo me pongo negro, me veré horrible si lo utilizo y ese delineador es café, ten, si quieres quédate con el peluche porque yo lo voy a tirar”. Me sentí una idiota. En efecto, yo tomé el peluche y todo lo demás terminó en la basura. © Zule De Jess / Facebook
  • Mis hermanos invitaban a papá a los festivales de la escuela primaria porque todos participamos en algo, uno discursaba, yo bailaba y mi hermanito salía en una obra de teatro, el sin voltear a vernos nos decía que eso no era importante que cuando nos estuviéramos licenciando en la universidad ahí si lo invitaran. Sucedió, nos graduamos, pero ni mis hermanos ni yo lo invitamos a los eventos de la universidad. Mi hermano mayor obtuvo su maestría y solo nos invitó a mi madre, mi hermano y a mí. Papá le pregunto a mamá que si ella tenía su entrada al evento y ella le dijo: “no, cuando tú no los acompañaste a los bailes de la primaria perdiste tu lugar”, otro de nosotros acaba de obtener su doctorado y tampoco lo invito. © Carmen Estrada / Facebook

¿Cuál experiencia de tu infancia aún no puedes olvidar?

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