Ahora lo vi todo
Ahora lo vi todo

Carta a mi padre que ya no está: “A ti, que me cuidas desde el cielo, siempre te amaré, papá”

Perder a un ser querido es una de las situaciones más dolorosas que una persona puede experimentar, y, aunque lo intentas, nunca logras comprender del todo por qué ese alguien ya no está, por qué ya no podrás abrazarlo nunca más. Y ahí te quedas, con mil preguntas atoradas en la garganta y haciendo de su recuerdo tu más grande motor. Cuando perdí a papá, algo dentro de mí se desmoronó. Hasta la fecha, no sé cómo lidiar con su ausencia.

En Ahora lo vi todo sabemos que decirle adiós a alguien a quien amas no es una cosa sencilla. En honor a esas personas que ya no están con nosotros queremos compartir contigo una carta dedicada a todos esos padres que se adelantaron en el camino y que ahora nos acompañan en nuestros recuerdos.

Para el hombre de mi vida, donde quiera que esté

Antes de que naciera, e incluso mucho antes de que estuviera en el vientre de mamá, me deseabas más que a nada. Cuando nací, te enamoraste a primera vista, y ahí comenzó nuestra historia. Me acompañaste en cada paso y en cada una de mis aventuras, por muy desafortunadas que fueran. Nunca perdiste ni un solo momento para consentirme y entregarme todo tu amor de la manera más sincera y profunda. Sin importar que tus brazos se adormecieran por cargarme durante mucho tiempo, no me soltabas, porque no te gustaba que llorara. Desde pequeña fui tu princesa, la niña más consentida y amada. Por mi parte, en todo momento te vi grande, como un héroe que no tenía comparación con ninguna persona en el mundo. Para mí, fuiste, eres y siempre serás el mejor papá.

Estuviste ahí en cada etapa de mi crecimiento y me viste florecer. Me escuchaste siempre y me apoyaste en todo, aún sin estar muy de acuerdo con mi manera de hacer las cosas. Me acompañaste y, aunque sabías que me equivocaría, estuviste dispuesto a soltarme para que yo tuviera la oportunidad de aprender de mis errores. Me mostraste que no importaban las circunstancias y que, si yo quería lograr algo, debía poner todo mi esfuerzo y mi corazón para conseguirlo. De ti aprendí que no es un verdadero intento si no se agotan todas las posibilidades.

Me enseñaste que expresar los sentimientos es una de las cosas más valiosas que puedes regalarles a las personas que amas, y me demostraste que todos somos dignos de equivocarnos y de pedirle una segunda oportunidad a la vida. Contigo descubrí que lo imperfecto es la definición más clara de la perfección, y que hay que abrazar cada detalle y aprender a amarlo tal como es.

Desde niña fui como tú, traviesa, atrevida y decidida... soñadora. Me enseñaste que no debía tenerle miedo a nada, pero que, si lo tenía, era importante afrontarlo de la mejor manera que encontrara, ya que eso me daría la fortaleza necesaria para continuar. Me mostraste cómo ser una guerrera y, gracias a ti, pude atravesar todos los obstáculos con los que me encontré en la vida, pues estuviste ahí para secar mis lágrimas y para alentarme a ponerme de pie una vez más.

Compartimos tanto que debo confesar que tu ausencia ha dejado un hueco inmenso en mi interior. Te vi muchas veces en una cama de hospital, fui testigo de tus peores momentos y te solté cuando más me necesitabas porque no supe cómo manejarlo. Un día entré a una habitación y vi al hombre que más amaba sufriendo, pero con muchas ganas de seguir viviendo. Estabas dormido, y yo apenas podía mantenerme de pie. Contuve mi llanto, pero, en ese momento, comprendí una de las cosas más difíciles: los dos estábamos creciendo, el tiempo no se detendría y tu cabello estaba lleno de canas, apenas podía reconocer tu cara. Cuando me percaté de tu condición, no podía creer que fueras mi padre, ese hombre fuerte que tenía grabado en la memoria.

El miedo me invadió y yo no sabía cómo enfrentarlo sin ti y sin tu sombra detrás de mí para contenerme. Esta vez me tocaba estar ahí para ti y comprender que te irías en cualquier momento. Pero yo no estaba lista, había muchas cosas que soñaba para mi vida, y, en todas, estabas tú. Intenté ser fuerte por ti y por mamá, pero había algo que me desgarraba por dentro. ¿Sabes, papá? A pesar de todas nuestras diferencias y peleas, mi mayor temor siempre fue perderte, y nunca me enseñaste cómo lidiar con tu partida.

Con tu lucha me demostraste el significado de “valentía”. Aunque ya no podías continuar, decidiste quedarte un ratito más para seguir regalándonos momentos llenos de alegría. A pesar de vivir momentos difíciles y dolorosos, nunca perdiste tu sentido del humor, e hiciste todo lo posible por hacernos sonreír. Nunca perdiste la esperanza y, hasta tu último día, nos enseñaste que rendirse no era una opción, que era necesario luchar y llegar hasta el final.

Fueron muchos los días de angustia y de incertidumbre. Ir a dormir sabiendo que, tal vez, al despertar, ya no estarías, me vaciaba el alma. Solo me quedaba confiar, esperar que regresaras a casa para abrazarme y seguir riéndonos de la vida y su complejidad. Pero llegó un momento en el que tu corazón se cansó y todos nuestros planes se derrumbaron. “No creemos que pase la noche”, escuché, y fue ahí cuando supe que mi mayor miedo estaba a punto de golpearme donde más me dolía. Despedirme de ti me quebró por completo. No podía entender por qué debía decirle adiós al hombre de mi vida, con quien había compartido cada momento de mi existencia. Esa vez no pude ser lo suficientemente fuerte y las lágrimas se me escaparon. No quería que me vieras llorar, pero no podía soportar lo que estaba pasando a mi alrededor.

Los doctores se equivocaron y pude verte al día siguiente, pero, en realidad, ya te habías ido. No abriste los ojos, y solo pude contemplar cómo dormías. Desde el viernes por la noche tuve que construirme un refugio para protegerme de la tormenta que se aproximaba. El domingo por la mañana, mi hermano mayor abrió la puerta de mi habitación sin tocar. Entonces supe que el momento había llegado, que no volvería a abrazarte ni volvería a escucharte decir “mi niña, todo estará bien”. Sabía que venía lo más complicado, y que tendría que conseguir fuerzas, en algún lugar, para continuar sin ti.

Verte dentro de una caja me hizo cuestionarme por qué todo tenía que terminar así. Fue la noche más larga de mi vida, y enterrar tu cuerpo ha sido lo más doloroso que he vivido. No supe darte el último adiós porque, aunque te fuiste, sigues aquí en cada paso que doy. Tu misión había terminado y me dolió aceptarlo. De hecho, admito que aún no lo acepto por completo. Extraño tu risa, y hay momentos en los que siento que ya no recuerdo cómo era tu voz. Mi corazón se aflige y sigo preguntándome muchas cosas. No hay día en el que no te llore, pero debes saber que sigues siendo mi más grande motor para lograr mis sueños. Quiero que te sientas orgulloso de tu princesa y que sigas siendo testigo de mis logros cada día.

Me quedo con tu sonrisa, que es la misma que encuentro cuando le sonrío al espejo. Admiro al hombre que fuiste, eres y siempre serás en mi corazón. Aunque no estás de manera física, sigues enseñándome muchas cosas sobre la vida, y la mujer que soy está en deuda contigo porque, sin ti, yo no sería lo que soy. Gracias por tomarme de la mano y mostrarme cómo caminar entre las piedras. Si pudiera pedir un deseo, pediría un momento más contigo para abrazarte y congelar el tiempo ahí, para hacerlo tan fuerte como nunca lo hice. Siempre me harás falta, pues nada puede llenar el vacío que dejaste en mí.

Nunca serán suficientes las palabras ni el agradecimiento que te tengo. Siempre serás mi cómplice y mi mejor amigo. El hombre que me enseñó, a su manera, el significado del amor y de la alegría, de las promesas, del respeto y de la entrega incondicional. Ahora, mi más grande consuelo es creer que te convertiste en una estrella y que puedo contemplarte cada noche. Sé que puedo encontrarte ahí, en algún rincón del cielo.

Te amo para siempre, viejo.

¿Qué le dirías a esa persona que ya no está contigo? Cuéntanos en los comentarios.

Compartir este artículo