Las lecciones de amor más importantes que me enseñaron mis 6 perros
Los perros son grandes maestros de vida. Cuando los adoptamos pensamos que nosotros los rescatamos a ellos, pero siempre es al revés: son ellos quienes llegan para salvarnos. Esto es lo que le pasó a la autora de esta carta, quien durante muchos años creyó que amar a alguien era difícil y que estaba destinada a tener malos ratos. Sus perros le enseñaron una nueva clase de amor.
En Ahora lo vi todo nos encantan los lomitos, por eso abrimos el espacio para agradecerles lo mucho que hacen por nosotros.
Hasta mis 19 años, yo pensaba que el amor tenía que doler. Lo veía en telenovelas y cuentos de princesas, y también lo escuchaba en las historias de mis amigas más experimentadas. Me fui preparando hasta que por fin un par de personas me lo confirmaron. Pero llegaste tú. Tenías 4 años, estabas mugrosa y habías dormido un par de días afuera de mi casa. Andabas perdida.
Una mañana, sin pensar en el futuro que podríamos tener juntas, te llevé al veterinario para que te bañaran y te vacunaran. Nunca había tenido una mascota. Te metí a la casa pensando en buscar a una persona que te adoptara, pero terminé bautizándote como Camila y te convertiste en la primera de seis perros mestizos que llegarían a mi vida en los próximos diez años para enseñarme una nueva forma de querer.
Lección de Camila: el amor se demuestra con actos
Yo entendía que el amor era un ente misterioso aparecía así de la nada. Era algo que no elegías. Te pasaba y ya. A pesar de que tú llegaste de improviso, quererte sí fue una elección. No tenía idea de cómo hacerlo, pero asumí el riesgo. Te fui conociendo poco a poco. Aprendí a leerte: cuando querías ir al baño, cuando tenías sueño, cuando te sentías mal, cuando estabas emocionada o tenías hambre.
Entendí que un animal que vive en casa necesita tiempo y cuidados, no solo un plato de comida. Entonces, comencé a trabajar para poder comprar tus croquetas, tus juguetes y pagar las idas al veterinario. También aprendí a tener una rutina para salir a pasear contigo. Yo te veía temporalmente en mi casa, pero al no encontrarte una familia (tampoco es que lo haya intentado demasiado), prometí cuidarte mientras tus años de perro me lo permitieran. Como dice una frase de El principito: “Eres responsable para siempre de lo que has domesticado”.
A los pocos meses de tu llegada, tuve la oportunidad de conocer a Eric, mi novio, y de abrir mi corazón. Los días contigo fueron el punto de partida de lo que yo buscaba a la hora de amar.
Lección de Coby: el amor fortalece
Tú también llegaste de la calle. Mugroso, mojado por la lluvia, triste. Viniste en primavera y te fuiste en el otoño del mismo año. Comiste croquetas envenenadas que estaban en los botes de basura de la unidad en donde vivíamos. Lloré y grité de coraje cuando vi que tu vida se apagaba. Mientras te cargaba, te pedí desesperadamente que no te fueras. Me acuerdo y todavía se me hace un nudo en la garganta. Más, porque una noche antes me fui a dormir enojada contigo porque te habías orinado en la casa.
Despedirte me hizo aceptar la posibilidad de que me pasen cosas inesperadas sobre las que no tengo control. Me costó trabajo, mucho, pero aprendí a vivir en el presente, a disfrutar del aquí y ahora para luego no arrepentirme. Gracias a ti, ahora no me quedo tanto con las ganas de decir te quiero, te extraño, te perdono. Gracias a ti, pude ver que Eric estaría conmigo en las buenas y en las malas. En silencio, abrazándome y diciendo que pronto todo estaría mejor.
La lección de Clío: el amor se construye
Mi hermana pensó que el dolor que sentía por Coby se calmaría un poco si te traía a la casa. Tú fuiste rescatada por otras chicas, vivías en un hogar temporal. Nos conocimos días antes de mi cumpleaños. Fuiste mi regalo de 23 años. El primer día que nos vimos, te abracé y juré cuidarte para que no te pasara nada malo. Tú huías de mí. No me querías cerca y te refugiabas en los brazos de Eric (llevábamos ya 4 años de novios). Lloré.
Pero poco a poco entendí que amar requiere tiempo y paciencia. Se da paso a pasito. Se trabaja todos los días. Hoy, tú y yo somos uña y mugre, pero sé que Eric es tu adoración. Y tú la de él. No te culpo. Te trata como si fueras la mismísima diosa de los perros. Ver cómo te cuida me hace quererlo aún más.
Lección de Corleone: el amor puede curar
A ti, la verdad, te robamos de una casa en la que durante cinco años te maltrataron. Llegaste muy flaco y con heridas en todo el cuerpo. Tus cicatrices sanaron con el tiempo. Y aunque eres desconfiado, me dejaste abrazarte y besarte. Nos costó trabajo tu rehabilitación. Hasta la fecha. Lo gruñón no se te ha quitado. Aprendí que tenías una personalidad propia.
Contigo asimilé que cuando aceptas estar con alguien, lo tienes que querer tal como es. Sin ponerle expectativas. Sin querer cambiarlo todo el tiempo.
Lección de Goliat: si alguien te quiere, no te hace sufrir
El veterinario me dijo que estabas perdiendo interés por la vida, que estabas muy triste. Tu dueña se había ido y tú no lo soportaste. La extrañabas mucho, tus defensas bajaron y agarraste un bicho. Vi cómo los medicamentos que te daban no funcionaban. No quería ver una vez más cómo el descuido se llevaba a un perrito. Ahí, en el hospital, prometí cuidarte. Yo te buscaría una casa, pero necesitaba que te compusieras. Aceptaste. O eso creo, porque comenzaste a mejorar.
Cuando saliste, tuve que llevarte con Eric. No podía tenerte en mi casa, porque aún estabas un poco enfermo y podías contagiar a la manada. Entonces, Eric te cuidó. Se tomaron cariño. Sanaste por completo y finalmente te quedaste a vivir conmigo.
Tú lo viviste, yo lo vi por la forma en que Eric veló por ti: el amor está hecho de apapachos, no de sufrimiento.
Seguimos aprendiendo
Las lecciones que me han dejado mis lomitos no terminan aquí. A diario me enseñan algo nuevo, especialmente el nuevo cachorro, Quentin, que llegó para unirse la manada. Con todos ellos sigo aprendiendo a querer despacio, consciente, pero sobre todo, a seguir construyendo mi propia forma de amar. A los perritos de mi vida, tengo que decirles “gracias”.
Gracias a ustedes conocí a Eric. Bueno, lo sigo conociendo, y siempre descubro una nueva faceta de él. Mi favorita es esa en la que compartimos los días con ustedes, las películas (aunque luego por sus juegos y luchitas constantes no nos dejan verlas), las pláticas en las que son protagonistas, las idas a los veterinarios y a las tiendas para comprar su juguete número mil.
Con él descubrí un amor bonito. Lo mejor de todo es que él sabe que la vida, la nuestra, es mejor si hay ladridos y pelitos de perro en la ropa o en el asiento del carro. Soy muy suertuda de tenerlos en mi vida. Gracias por mostrarme una nueva forma de amar.
Y a ti, ¿qué lecciones de amor te han enseñado tus mascotas?