Madre e hijo se reencuentran después de 70 años gracias a la fuerza de sus corazones
Imagínate que cuando eres chico, por azares del destino, eres separado de tu mamá y pasas tu vida entera sin saber de ella. Sería una historia bastante trágica, de no ser por los caminos misteriosos de la vida, que a veces se encargan de reunir a las personas. Justamente eso les sucedió a Armando y a Francisca, quienes estuvieron separados por más de 70 años.
En Ahora lo vi todo amamos los finales felices, por lo que traemos esta conmovedora historia de un reencuentro que fue esperado toda la vida por una madre y por su hijo.
Un 2 de octubre de 1940, el pueblo de El Walamo, en Sinaloa, México, se vistió de fiesta con el nacimiento de un niño muy especial. Su papá, Armando, de quien obtuvo su nombre, era de otra ciudad y había llegado para dirigir un ingenio azucarero en la localidad. Su mamá, Francisca, era una lugareña de familia modesta que encontró en él un amor que, por desgracia, no duraría mucho tiempo. Armandito pasó sus primeros años custodiado por su papá, quien limitaba su interacción con su mamá. Incluso se le hizo creer que ella lo visitaba a las afueras de la fábrica con la intención de robárselo. Francisca, deseosa de ver a su hijo y de conocerlo mejor, se acercaba a la reja y lo llamaba, pero Armandito, temeroso por lo que le hacían creer, optaba por salir corriendo y con ello, “evitar” su rapto.
Los años pasaron y el padre tomó importantes decisiones: para su hijo no había un futuro brillante en El Walamo. Más allá de la azucarera, no había muchas oportunidades de crecimiento, y queriendo abrir todas las puertas para su muchacho, se vio obligado a llevárselo a una ciudad lejana y dejarlo al cuidado de sus hermanas. El problema fue que Francisca no fue consultada ni advertida, solamente se enteró un triste día de que Armandito había sido llevado a otro lugar.
Armando creció entonces lejos de su pueblo natal, con difusos o nulos recuerdos de su madre, pero con experiencias valiosas y un porvenir prometedor. Más tarde, cambiaría de ciudad nuevamente para realizar sus estudios universitarios. En Monterrey, cursando su licenciatura, conoció a quien más tarde se convertiría en su compañera de vida.
Lejos de la tierra que lo vio nacer, Armando encontró el amor, una profesión y un destino. Su tía Chole, quien lo crio, lo encaminó al altar para que uniera su vida a la de su esposa, Alicia. Juntos tuvieron dos hijos y dos hijas y se establecieron en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Los años pasaron y la duda solo se volvió más pesada para el hijo de Francisca. ¿Qué habría sido de ella? ¿Seguiría en el pueblo? Su vida había dado un giro muy grande, pero la incertidumbre era mayor que cualquier logro. A sus 50 años, Armando decidió hacer un viaje a El Walamo; quería, con algo de suerte, encontrar a su madre, o al menos recibir noticias de ella, pero todo esfuerzo fue en vano, porque ya no vivía allí. Desconociendo si ella había muerto o solo se había mudado, Armando regresó decepcionado y resentido a casa. A partir de ese momento, comenzó a calificarse como huérfano de madre, pues en realidad era mínimo el papel que ella había tenido en su vida. Sí, lo trajo al mundo, pero lo había dejado solo.
Más tiempo transcurrió y la vida de Armando siguió cambiando. Ya entrados los últimos años de su séptima década de vida, la resignación era absoluta e hizo las paces con su orfandad. Padre difunto y madre desconocida, era tiempo de enfocarse en otras cosas.
Sin embargo, la vida da vueltas y trae consigo muchas sorpresas, y un día como cualquier otro, al buzón de mensajes de Armando llegó un mensaje extraño. Un muchacho le hacía preguntas en nombre de su tía, quien, auxiliada por su sobrino, se dio a la tarea de investigar qué había sido del hijo perdido de Francisca. Una llamada telefónica se concretó después de varias preguntas que apuntaban a una feliz hipótesis: Armando era la persona que buscaban.
Después de compartir algo de información, las sospechas se confirmaron y los boletos de autobús se compraron. Armando viajaría a la ciudad donde Francisca se reubicó con sus hijos, y no solo conocería a sus medios hermanos, sino que se reencontraría con su madre 70 años después de su separación.
Muchas visitas y muchas horas de conversación fueron necesarias para que madre e hijo se pusieran al corriente sobre los sucesos de las últimas siete décadas, y Armando no solo ganó una madre, sino muchos hermanos, luego de haberse considerado hijo único toda su vida. Francisca seguía saludable y lúcida a pesar de su avanzada edad. De hecho, está por cumplir 100 años.
A veces la vida parece tomar un rumbo, pero es tan impredecible que siempre encuentra la manera de sorprendernos; en ocasiones, con noticias tan buenas que parecen irreales. Armando y Francisca son la prueba de que, a pesar de las vicisitudes, hay vínculos que están destinados a no romperse.
¿Qué opinas de esta historia? ¿Cuál es el reencuentro más conmovedor que has vivido?