Ahora lo vi todo
Ahora lo vi todo

Mamá de cuatrillizos nos cuenta su historia de crianza y cómo han vivido de frente al autismo

Muchas parejas sueñan con tener un bebé. El momento en que la prueba de embarazo resulta positiva se convierte en celebración. ¿Será niña o niño? ¿Tendrá los ojos de su papá o de mamá? ¿Será uno o serán dos? Pero ¿qué pasaría si fueran cuatro? En ese caso, el amor se multiplica, como nos dijo Rosa María Hernández Martínez. Ella es una mamá ejemplar de cuatrillizos, a quienes les ha entregado su vida entera y con quienes ha formado una familia llena de amor, enseñanzas y retos que Rosita, como le dicen todos de cariño, continúa superando a diario.

En Ahora lo vi todo nos produjo mucha admiración cómo el genio materno y las ganas de vivir se convirtieron en la bandera de esta madre, quien ama profundamente a sus cuatrillizos.

Algunos años después de casarse, Rosita y Enrique añoraban tener un bebé. Sin embargo, la dulce noticia no se hacía presente. Decidieron ir al médico para hacerse estudios, pero nada se reportó anormal, por lo que el doctor les dijo que a ella le darían hormonas para estimular la ovulación.

Después de seis meses y en el último intento antes de emprender un viaje, el embarazo “pegó”. “Pensábamos que era una falsa alarma, como otras tantas que habíamos tenido. De inicio solo había dos opciones a esta noticia, que haya habido una sobreestimulación de ovarios por el medicamento o que finalmente se hubiera dado el embarazo. La indicación que me dieron fue hacer reposo hasta confirmar la segunda. Un día antes del viaje hicimos la prueba y listo: positiva”, nos contó Rosita.

Rosita y Enrique no se imaginaban lo que vendría después. Al regresar del viaje, fueron al doctor para realizarse el primer ultrasonido. Ella relató cómo el médico deslizó la máquina sobre su abdomen y cómo los tres pudieron observar a cuatro embriones. Estaban estupefactos. El doctor la reacomodó y le dijo que repetiría el procedimiento. “¿Acaso vi cuatro?”, preguntó Rosita. La pantalla no mentía: había cuatro embriones.

Enrique iba y venía preocupado por el consultorio. “Los dos lloramos, nos reímos. ¿Era verdad? El doctor nos dijo que era complicado, que muchas veces no se logran o que los padres tomaban alguna decisión sobre ello. Pero para nosotros no había nada para decidir, nos los quedamos bajo la advertencia del doctor de hacer todo lo que él dijera”.

Rosita tuvo que permanecer en reposo durante las 32 semanas siguientes. Fueron momentos difíciles; ambos tenían una sensación agridulce, pues las probabilidades de que el proceso no se lograra eran muy altas. Los ultrasonidos eran semanales, así que esperaron hasta el último momento para preparar todo. Al nacer María Sofía, Ignacio, Alfonso y Luis Enrique, los primeros días fueron duros: Rosita no pudo ir a verlos de inmediato, ya que estaba muy débil.

Los pequeños permanecieron en la unidad de cuidados intensivos neonatales, afortunadamente sin mayores complicaciones. Solo hubo que esperar a que llegaran al kilo y medio para darles el alta. Rosita emprendió el viaje de regreso a casa, pero seguía muy débil y con pocas fuerzas para caminar. Poco a poco se fue recuperando, y ella misma les llevaba la leche materna al hospital, donde podía tocar sus piecitos y escucharlos llorar. “Sentí mucha impotencia por no poder cargarlos”, aseguró.

Ya en casa, se formó un gran equipo de cuidados para los cuatrillizos. Entre Rosita, Enrique y la recién estrenada abuelita, madre de Rosita, se dividían las tareas de atención de los pequeñitos. “Los desvelones eran brutales, entre dar leche, cambiar pañal, sacarme leche, dormir durante dos horas. Toda esta rutina era cada cuatro horas y duró por ocho meses”. Una verdadera tarea titánica. Los primeros años pasaron muy rápido, nos dijo Rosita, pues al ser tantos, fue difícil tomarse el tiempo para disfrutar de cada suceso. Todo era rutina, supervivencia. “Salíamos muy poco. Hicimos de nuestra sala un corral enorme para poder hacer cosas mientras ellos jugaban”.

Rosita se dedicó por completo a sus hijos. Desde pequeños, comenzó a llevarlos a estimulación temprana para ayudarlos a desarrollarse mejor. Sin embargo, sin saberlo, un diagnóstico que cambiaría su vida estaba a punto de llegar. En una ocasión, la fisioterapeuta de los niños le dijo a la madre que había una situación con Sofi y Alfonso, pues lo que hacían no se consideraba normal para su edad. “Había cosas que no cuadraban. Sofi no sonreía, no hacía lo que otros bebés, era muy seria, muy sensible, nunca tenía hambre. Se descubrió que tenía acidosis tubular renal (ATR) y que debía recibir fisioterapia para poder caminar”.

Posteriormente, fue a una consulta de exploración, donde le dijeron que Sofi tenía autismo regresivo y un retraso motriz, pero que ello no impediría que pudiera caminar. “Llegué a casa llorando. Le avisé a Enrique lo que me habían dicho y busqué en Internet. Vi los videos y pensé: ’Si Sofi tiene autismo, Alfonso seguramente también’”. Entonces llamó a su pediatra, quien los redirigió a un lugar especializado donde podrían darles un diagnóstico preciso. Ese mismo día, Rosita llamó para pedir la cita, pero había una lista de espera. Por fortuna, unos espacios se desocuparon. A la primera entrevista, todo se confirmó, pero esta mamá estaba decidida a hacer lo que fuera para poder darles a sus hijos lo mejor.

El lugar donde hicieron el diagnóstico también es una escuela especializada en autismo, así que estaba decidido: ahí estudiarían y realizarían todas las terapias necesarias. “A los pocos meses tomé un Diplomado en Autismo, impartido por la misma institución. Realmente todo lo que hemos vivido lo hemos aprendido en el camino. No hay tiempo para pensar ni esperar, solo ejecutamos, nuestra vida no da chance de quedarse a ver qué sucederá. Hay niños que atender, hay cosas para hacer, así que simplemente tomamos acción. No sé cómo explicarlo”.

El crecimiento de los cuatrillizos ha sido una montaña rusa de emociones y experiencias. Todos son diferentes; cada uno tiene su personalidad, a pesar de haber sido criados de igual manera y de poseer los mismos genes. “Ignacio y Luis están en primero de secundaria y son geniales, inteligentes, superempáticos. Tienen una capacidad para adaptarse increíble, son niños muy fuertes en todos los sentidos. Mis otros dos pasaron a sexto de primaria. La escuela ha hecho una gran labor de concientización con maestros y compañeros, así que hay muchísimo respeto y cariño por ellos”. Rosita reconoce el valor de la familia y los amigos, pues todos han sido de mucha ayuda. Siempre ha percibido un gran amor hacia los niños y hacia toda el grupo familiar por parte de ellos.

Y para muestra, un botón. Un buen día, Luis Enrique comenzó a grabar videos, por lo que motivó a María Sofía a hacer lo mismo. Él le hacía el guion, la dirigía, ella practicaba y salía a cuadro. Él se encargaba de la edición, y el resultado siempre era fenomenal. Por el momento tienen suspendido este proyecto, pero Sofi continúa haciendo videos a través de TikTok, que se han convertido en un diario de su vida.

Rosita ha enfrentado retos de crianza que ha sabido superar para formar a cuatro jovencitos educados, amorosos y empáticos. En sus palabras, ella busca como familia que cada uno se sienta comprendido y atendido, que todos reciban el cariño y el tiempo necesarios. El cuidado emocional, académico y social es complejo; Rosita asegura que siempre queda la sensación de no dar el ancho, de que falta más o menos algo, que a lo mejor no se hace lo suficiente. Sin embargo, los grandes éxitos y logros de sus pequeños son la mejor prueba de que ella ha hecho lo mejor por sus hijos.

¿Cuáles crees que son los valores y enseñanzas que forjan a una familia unida y fuerte?

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