Ahora lo vi todo
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“La maternidad está idealizada”: Madre abre su corazón ante el reto de tener hijos

Para muchas mujeres, la maternidad es su mayor anhelo y ver el resultado positivo en una prueba de embarazo se convierte en su mayor objetivo en la vida. Aunque en teoría, este deseo es hermoso, en la práctica, puede ser más difícil de lo que se imagina. El problema es que muchas mujeres idealizan este proceso y luego se enfrentan a la realidad de manera dolorosa. Por eso, la escritora Renée Greusard se sincera sobre sus pensamientos acerca de todo lo que implica traer un hijo al mundo.

La realidad de ser madre

Tener un hijo no siempre se trata de felicidad, como bien lo refleja Renée Greusard en su libro Elegir ser madre. La escritora critica la imagen “fantasiosa” de la maternidad, mostrada como una “mentira” que se propaga de generación en generación, y cuestiona la falta de “consentimiento” informado de las futuras madres. Ella sostiene que se habla poco de la difícil realidad de la maternidad; por ejemplo: las noches de vigilia en la sala de maternidad, la tensión y la inquietud del recién nacido en los primeros días, lo arduo de la lactancia materna y la soledad de las madres por falta de sueño.

En entrevista exclusiva con la autora, nos dejó saber su punto de vista sobre la idealización de esta faceta de la mujer: “La maternidad es idealizada por varias razones socio-históricas complejas que van desde el modelo de la Virgen María hasta el hecho de que vivimos en una sociedad patriarcal que asigna a la mujer al hogar, y de que ese rol debe convertirse en un estatus deseable para que ella lo cumpla. El papel de este mito es simplemente lograr que las mujeres no dejen de tener hijos”. Además, hay muchas cosas que no se dicen y que, según la periodista, llevan a las mujeres a embarcarse en la aventura de la maternidad sin saber realmente lo que les espera. En muchos casos, estas mujeres no están lo suficientemente preparadas o equipadas para enfrentar los desafíos que conlleva la llegada de un recién nacido.

Y es que no hay quien pueda hablar mejor de un tema que alguien que lo ha vivido en carne propia, como es el caso de la misma Renée. Ante la pregunta de cómo imaginaba que sería la maternidad antes de tener hijos y cómo cambió esa visión después, la autora nos contestó: “Antes de dar a luz, me imaginaba volando con mi hijo, organizándole grandes meriendas, haciéndole cosquillas. Me imaginaba que a veces no sería fácil, pero no había entendido la realidad de lo que es ser madre. Cuando tuve a mi primer hijo, descubrí un cansancio inconmensurable que nunca había conocido. No sabía que era posible estar tan cansada. Descubrí la disponibilidad permanente y las disputas conyugales. Sentí que cayó sobre mis hombros el peso de una nueva responsabilidad nada fácil de sobrellevar cuando tenía una vida bastante despreocupada de una mujer joven hasta entonces”.

Entonces, ¿cómo las mujeres pueden acceder a ser madres si ni siquiera saben bien qué es lo que este rol conlleva? Renée ha bautizado este permiso como el “consentimiento a la maternidad”. En sus propias palabras, la autora confesó: “Me hubiera gustado que me advirtieran más y me dijeran la verdad”. Además, compartió cómo quisiera que este tema cambiara: “No es la maternidad lo que me gustaría cambiar en realidad, es la sociedad la que hace de las madres las primeras responsables de sus hijos. Si los padres los cuidaran en igualdad de condiciones, muchas mujeres respirarían más tranquilas. Y es también la sociedad en su conjunto la que necesita ser revisada. Nuestras sociedades son demasiado individualistas para criar niños, debemos reinventar la solidaridad. Este es exactamente el mismo problema que para las personas mayores. Cuidarlos requiere un interés colectivo, pero el cuidado de los ancianos y los niños recae solo en los cercanos al primer círculo, y eso no es suficiente”. Y es que hay niños que son muy traviesos, como estos: unodos.

El libro de Renée relata su experiencia de aislamiento después del nacimiento de su hijo y la posterior depresión posparto que padeció. Con relación a este sentimiento abrumador de soledad, Greusard escribe: “Sentí que estaba en un túnel de pañales y llanto. Cuando salía con mi bebé en una carriola, miraba los edificios a mi alrededor y pensaba, desesperada, en todas las mujeres que, como yo, estaban solas en un apartamento. Llorando frente a un bebé que lloraba”.

A pesar de los diferentes desafíos que la maternidad ha representado para ella, Renée ha repetido la experiencia en dos ocasiones y afirma sentirse satisfecha con sus hijos, aunque no considera la posibilidad de tener más. De igual modo, nos compartió su punto de vista sobre aquellas personas que deciden firmemente no traer hijos al mundo: “Creo que la maternidad no es para todos. No todos somos felices de la misma manera. Si la gente es feliz sin tener hijos, está bien”.

Además de Renée, muchas otras mujeres también eligen compartir con el mundo algunas anécdotas de cómo ha sido para ellas la experiencia de convertirse en madres. Esta es una de ellas:

Me preparé para el nacimiento de mi hijo: leí libros y hasta fui a cursos para futuras madres. Pero nadie me advirtió que mi bebé podría no dormir más de 30 minutos seguidos durante un mes y, en consecuencia, yo tampoco. No podía creer que el pediatra del centro de salud ignorara mis preguntas sobre el motivo de la pérdida de peso de mi hijo con un “¡No exagere, madre!”. Y de repente resultó que había perdido mucho peso de forma crítica y tuvieron que llevarnos al hospital en ambulancia. Nadie me advirtió que la mejor consejera de lactancia materna de la ciudad podría ser absolutamente impotente ante mi baja producción de leche, y que descubrir el motivo sería algo doloroso y también costoso.

Mi maternidad resultó estar llena de soledad (mi marido siempre estaba en el trabajo, mis padres están lejos y mis amigos tienen su propia vida), de miedo (no tenía ni idea de qué hacer con el bebé, por qué lloraba y cómo ayudarlo) y de falta de sueño (dormí más de 5 horas seguidas por primera vez después de dar a luz cuando el niño tenía 1 año y 8 meses).

Cuando mi hijo cumplió dos años, creo que podía competir con un panda para ver quién de nosotros tenía las ojeras más pronunciadas, pero la gente a la que intentaba pedir ayuda no me entendía: “¿De qué estás cansada? ¡Si estás en casa! Si quieres dormir, duerme. ¡No hagas una tragedia de la nada! Anna/Julia/María tienen dos/tres/cuatro hijos, se las arreglan para todo y no se quejan. Tú tampoco deberías”.

Las redes sociales tampoco ayudan, sino que hacen todo lo contrario: echan leña al fuego. Aparentemente, son un lugar lleno de “mujeres maravilla” que dan a luz y, al día siguiente, hacen yoga, meten al niño en la mochila cangurera y sonrientes remueven el guiso con una mano, mientras con la otra se maquillan el rostro. Mi esposo y otros familiares no entienden por qué estas damas se las arreglan para hacer todo y yo no. Pero conozco la respuesta. Si una madre reciente se ve fresca, despierta y alegre, significa que tiene ayudantes: niñeras, empleadas o abuelos, quienes se ocupan de sus problemas por dinero o gratis.

Recuerdo haber estado paseando con mi hijo fuera de una tienda cuando me topé con una antigua colega. Yo era un zombi con un rodete en la cabeza, mientras que Katya estaba impecable y llevaba tacones. Me dijo: “Te has dejado estar, amiga. Yo voy al gimnasio y a la esteticista, y mi hija solo tiene seis meses”.

Me quedé admirándola durante unos 10 minutos, hasta que me enteré de que ella vive con su suegra, quien está muy encariñada con su nieta, y es ella quien se queda con la bebé durante todos los fines de semana. Es fácil estar vestido en un tapado blanco cuando las tareas de cuidado de los niños son repartidas entre varias personas. Pero hacerlas absolutamente todas sola es un trabajo agotador, incluso si tienes a tu disposición pañales y un lavavajillas. Aparentemente, no soy la única que siente eso.

Después de dar a luz, yo, como muchas madres, me encontré en el “día de la marmota” durante unos años. En ese tiempo me dediqué a cuidar al bebé las 24 horas del día, a salir a pasear con él con todo tipo de clima, a cocinar y a limpiar con él bajo el brazo. La primera vez que salí a una tienda sin mi hijo, él tenía más de un año. Pude deambular entre las góndolas un poco más despacio de lo habitual, sin preocuparme de que el bebé sudara, tuviera una rabieta o dejara caer algo de una estantería. Me sentí relajada por un momento. Cuando estaba en la cola para pagar, me di cuenta de que estaba balanceando el carrito de compras como si fuera carriola.

Pero ir a una tienda a comprar pan y el papel higiénico no puede considerarse un descanso. Y salir a pasear con tu hijo cuando estás constantemente pendiente de que no le pase nada no es un paseo relajante tampoco. Al menos seis horas de sueño ininterrumpido no son un lujo, sino una necesidad. Y “quedarse en remojo” en la bañera durante media hora una vez a la semana no es una desfachatez, algo que muchos esposos piensan, sino solo un procedimiento higiénico.

Una amiga mía pidió recientemente el divorcio por la actitud de su pareja con respecto a su descanso y su tiempo libre. La historia es banal: Anna tiene gemelos, dos niños de un año. Estaba con sus hijos todo el tiempo, ya que su marido trabajaba hasta la tarde, y los fines de semana tenía pesca, sauna, fútbol, etc. Una vez, Anna quiso ir a un concierto, pero su marido le dijo: “¿Qué concierto? ¡Tienes hijos! Y, por cierto, ya la semana pasada saliste a comprar algo tú sola y yo me quedé con los niños. ¿No te parece que es suficiente?”, y se negó a quedarse a cuidar a sus propios hijos para que ella pudiera ir al concierto. Anna hizo las maletas y se mudó con los chicos a la casa de su madre, porque estaba cansada de llevar todas las responsabilidades en la crianza de los niños ella sola.

Una madre reciente no adquiere de repente el superpoder de recargar toda su energía durmiendo apenas tres horas por la noche o de no cansarse haciendo todas las tareas en la casa durante todo el año. Por lo tanto, es una tontería pensar que tomarse un descanso de la rutina es limpiar el polvo de los muebles en lugar de ir a una tienda a comprar pañales. Que nos sintamos satisfechas con esa actividad o que sean las primeras horas en mucho tiempo que no tenemos al bebé llorando en brazos no significa que estemos descansadas y recargadas de energía.

Por desgracia (o por suerte), las mujeres no somos unos robots. No podemos cargar nuestra “batería” interna desde una red eléctrica. Para reponer nuestros recursos, tenemos que cuidar de nosotras mismas: dormir bien, leer un libro interesante (no Pulgarcito), retomar un pasatiempo favorito o simplemente dar un paseo por la ciudad en la dirección que nosotras (no el niño) elijamos.

Por desgracia, para muchas madres, estas formas de “recarga” provocan un sentimiento de culpa por haber perdido el tiempo (“En lugar de esto, ¡podrías haber ordenado el dormitorio!”), y esto anula los efectos positivos. Pero hay que mimarse. No es un capricho, sino una necesidad vital. De lo contrario, el agotamiento y la depresión no tardarán en llegar.

Me di cuenta de que estaba “quemada” cuando mi hijo tenía dos años y medio. Quería dormir todo el tiempo, pero no podía hacerlo. Nada me hacía feliz. Dejé de mirarme en el espejo y de sonreír. Me movía por la casa en “automático”. Cuidaba al bebé, pero no tenía ningún sentimiento al respecto. A menudo me ponía a llorar por cualquier pequeña cosa. Solo me di cuenta de que estaba fallando en serio cuando durante uno de estos llantos, mi hijo gritó de repente: “¡Mamá, me das miedo!”.

En el primer día de descanso de mi esposo, le entregué al bebé, fui al psicoterapeuta y, rompiendo a llorar, pude por fin articular: “¡Estoy cansada de trabajar como mamá!”. Tuvimos una larga charla con él sobre el agotamiento parental, que a menudo se manifiesta como fatiga física y psicológica, miedo constante, odio a uno mismo (“¡No soy lo suficientemente buena madre!”) e incluso indiferencia hacia uno mismo y los hijos.

Otras mujeres también decidieron compartir cómo ha sido su experiencia con la maternidad:

  • Tengo dos hijos: uno de 2 años y 3 meses y el otro de 7 meses. Me falta sueño, energía, y hay un millón más de “me falta”. ¿Dónde pasé todo el verano? En las tiendas de comestibles, en las clínicas. ¡Vaya! Qué preciosidad, ¿verdad? Mi marido cambió a peor tras el nacimiento de nuestro segundo hijo, aunque lo esperaba y lo deseaba tanto como yo. “¿Por qué estás siempre tan cansada?”, me preguntó una vez. “Por ninguna razón especial, querido. Solo dos hijos pequeños a los que hay que cuidar y atender las 24 horas, y después limpiar, cocinar, lavar y ordenar el patio”. Sé que los niños crecerán y todo de a poco se va a transformar en otra cosa, pero por ahora lo tengo todo muy difícil. © #felicidad de ser madre / VK
  • Mi hija mayor se despertaba entre 5 y 15 veces por noche y se ponía a gritar, y así fue hasta los 3 años. Ahora tiene casi 4 años, y duerme una noche bien y la siguiente se despierta 2 a 3 veces (o más) y llora. El más pequeño tiene 1 año, y con él sucede lo mismo: se despierta 10 veces por noche y, a partir de las 4 de la mañana, no duerme en absoluto. Con la mayor fuimos al mejor neurólogo y osteópata de la ciudad, pero no nos ayudaron. Con el pequeño no fui a ninguna parte, porque entendí que es inútil. Duermo mal desde hace cuatro años. © #felicidad de ser madre / VK
  • Solo una historia de cómo pasé la tarde. Llegué a casa del trabajo, jugué con mi hijo (tiene 2 años y 8 meses), me puse a cocinar y ahí empezó todo. “¡Quiere ayudar!”, dijeron. Pero, como puedes imaginar, la “ayuda” significa una doble limpieza. Todo ello acompañado de rabietas: “Dame esto”, “No, tú”, “No, esto”. Bueno, limpié el piso y la mesa 3 veces con una cascada de agua después de la “ayuda”. Entré en el cuarto de baño: el pequeño orinó fuera del orinal, desparramó los bastoncillos de oído y dejó dentro del lavabo un montón de coches de juguete con una barra de jabón. No sé en qué momento lo hizo. En la cocina, toda la comida del perro estaba desparramada en el piso, mezclada con agua. Los nervios al límite. Solo quería gritar como una gaviota, pero no podía, pues los psicólogos no lo permiten. ¡Dios, dame fuerzas! Solo necesito aguantar hasta su 18.º cumpleaños. © #felicidad de ser madre / VK
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