18 Personas que lograron engañar al sistema y reírse de las consecuencias
Aunque la mayoría de las personas reaccionan de manera predecible ante diversas situaciones de la vida, aún existen individuos poco convencionales que prefieren hacer las cosas a su manera, sin considerar las posibles consecuencias, ya sea jugando ajedrez o visitando un hospital.
Destacamos el ingenio y la creatividad de estos héroes, y apoyamos plenamente su forma única de abordar la vida.
- A mi padre y a mi abuelo les encantaba jugar conmigo al ajedrez cuando era un chavo de diez años. Me explicaron las reglas y me regalaron el tablero. Yo jugaba como podía. O sea, si el caballo tenía posibilidad de moverse a algún lado, ahí iba. ¿Estrategia? ¿Táctica? Tenía diez años. ¿De qué están hablando? Sin embargo, me encantaba jugar. No entendía, pero me gustaba. Mi triunfo en el ajedrez llegó en una ocasión divertida. Con los compañeros de la escuela, fuimos a un torneo de ajedrez. Bueno, tampoco era un torneo, más bien un encuentro para jugar. Había 20 mesas y mucha gente de distintas edades. Me tocó jugar con un anciano. Estaba el tablero, las figuras, yo y un profesional en contra... ¿El caballo puede capturar a ese peón? Entonces el caballo lo capturará. ¿La torre puede derrotar a ese alfil? Sí puede, pero será capturada. Si logra capturar al alfil, qué importa lo que pase con esa torre. En fin, después de 10 minutos, mi adversario se levantó y dijo: “Me rindo. No logro entender lo que estás haciendo”. Yo tampoco entendía nada. Pero gané.
- Cuando era muy pequeño, me di cuenta del ritual extraño de los perros: al encontrarse, se olían la cola. No lograba entender el sentido y acudí a mi padre para que me lo aclarara. Él enseguida comentó la siguiente teoría: “Hace mucho tiempo, los perros soñaban con llegar a la luna. Decidieron saltar uno encima del otro y de esa manera armar una torre hasta alcanzar la luna. Pero cuando estaban casi por llegar, el perro de abajo de todo se tiró un gas y toda la torre se desarmó. Ahora ellos andan buscando al perro que arruinó todo”. Parecía una historia verdadera. No sé si mi padre inventó ese cuento o lo escuchó en algún lado, pero esa explicación quedó grabada en mi memoria. Incluso ahora (tengo 32), cuando veo en la calle a los perros que se huelen, me acuerdo de esa historia. Aún no lo encuentran, la búsqueda continúa.
- Compramos un departamento en un edificio multifamiliar bajo gestión administrativa, o sea que pagábamos por la limpieza y otros servicios. Después de un par de meses, una vecina, sin previo aviso, colgó un anuncio al lado de mi puerta. ¡Era un calendario de turnos de limpieza de la planta baja! O sea que ellos, en vez de obligar a la administración a cumplir con sus funciones, tranquilamente y callados limpiaban los pisos y las escaleras, pero le seguían pagando a la administración por ese servicio. Parece que esperaban que yo hiciera lo mismo. Pobre gente. Imprimí en una hoja las normas, indicando que si alguien no estaba satisfecho con los servicios de la administración, podía presentar su queja e indiqué todos los datos. Nadie volvió a molestarme con semejantes ideas. © R A / AdMe
- Estábamos de paseo con mi hijo. De repente escuché la voz de una mujer que decía: “¡Simba, bebé, ven aquí!”. Pensé que, bueno, tal vez estaría llamando a su perro. Pero vi que a la mujer se le acercaba un niño. Comencé a reírme en silencio. Cuando la mujer me alcanzó y se dio cuenta de que me había causado gracia, me dijo: “No se ría, por favor. ¿Cómo quiere que lo llame si su nombre es Leonicio León?”.
- Hace unos años me invitaron a jugar a una réplica del Monopoly. El sentido era el mismo, pero el objetivo del juego era ganar un millón de billetes. Las reglas ocupaban casi dos hojas y estaban incompletas. Después de 30 minutos, en uno de mis turnos vendí todas las propiedades (las reglas no prohibían semejante movida) y junté un millón de billetes. Otros 30 minutos estuvimos discutiendo si se podía hacer eso o no. No me volvieron a invitar a los juegos de mesa.
- A un actor conocido lo volvían loco las llamadas del banco. Una vez le tocó interpretar a un personaje viejo y enfermo en una obra de teatro. Comenzó a responderle a la persona del banco con la voz y las frases de su personaje. La muchacha del banco en principio le respondía con toda seriedad sin entender la broma; luego, al parecer pensó que era un incapacitado y que requería de asistencia médica (de acuerdo con la obra, el personaje hablaba sobre su enfermedad). En definitiva, no lo volvieron a llamar de ese banco. Y eso que antes no se los podía sacar de encima, ni siquiera ayudaba un “no” directo. © RagDolly / AdMe
- Estoy trabajando como caricaturista. Cuando me preguntan cuánto tiempo llevo trabajando, siempre contesto bromeando: “¡Y ya van como 30 años!”. Después de oír la respuesta, siempre me dicen: “¿Cómo que 30? ¡Si tienes 33!”. ¡Pero no les miento! Me enganché con los dibujos cuando tenía 3 años. No me gustaba dibujar cosas en particular ni tampoco quedarme sentada en la mesa. Siempre trataba de ilustrar una historia en varias hojas y dibujaba solo estando en el piso. Mi mamá me compraba muchos álbumes de dibujos, ¡ya que era capaz de usarlos todos en un día! Esas fueron mis primeras ilustraciones. Y en estos 30 años, no cambió nada. ¡Sigo sentada en el piso dibujando personajes extraños y disfruto del proceso!
- Me dedico a la traducción literaria. Me pidieron que tradujera un texto para un concurso de literatura. Tomé el pedido, pero después de hacerlo, aparecieron mis viejos clientes con peticiones urgentes, así que tuve que trabajar todo un día y una noche sin dormir traduciendo de dos idiomas diferentes. El texto que hice ganó el segundo lugar, todo bien, pero en ese momento le eché un vistazo a la traducción y noté un error: en vez de “mesa” había escrito “pared”. Terrible, los personajes del cuento toda la historia comían algo de la pared. Le avisé a la autora, ella lo tomó con humor y no me regañó, simplemente cambió el género de la obra a surrealista.
- Una señora de 70 años que conozco, cobrando la renta por un simple departamento, logró viajar por toda Europa. Compraba los viajes más baratos en autobús, pero con todas las excursiones posibles incluidas. Hasta consiguió viajar a Japón (!) primero en tren (!) y luego en un barco. ¡A eso sí le llamo know-how! Por cierto, también iba con sus viejitas amigas a todas las exposiciones y espectáculos posibles. Y los jueves se juntaban en la casa de una de ellas a tomar el té.
- Tuve una excelente oportunidad para estudiar en el extranjero. Trabajé muy duro 3 años para lograrlo, dormía 6 horas, el resto del tiempo estudiaba. Hice distintas actividades, participé en olimpiadas, me dediqué a muchas cosas para poder cumplir mi sueño. Ya estaba muy cerca de lograr que se hiciera realidad. Pero mi padre, que nos había abandonado a mí y a mi mamá cuando yo tenía 5 años, dijo que no daría su permiso y que sin su autorización no podría viajar a ningún lado. Se basaba en que yo tenía la obligación de formar una familia y de criar a sus nietos estando en casa, y que no debía dar vueltas por el mundo. Los intentos de convencerlo no ayudaron. Por lo tanto, decidí tomar el asunto en mis propias manos. Le dije que le lanzaría una maldición. Él era un hombre muy supersticioso. Después comencé a dejar por todos lados clavos con plumas, pañuelos con pelo de gato, cosas así. Por supuesto que era solo basura, no tenía ninguna brujería. Y como él creía tanto en esas cosas, cualquier mal que le ocurría lo relacionaba con eso. Finalmente dio su permiso solo para que lo dejara en paz. Yo terminé los estudios y volví, pero mi padre siguió espantado. Escuché que hasta hizo todo un ritual para deshacerse de la bruja de la familia. Pero la verdad es que eso no me dio nada de pena.
- Llegué al examen. Mientras esperaba al profesor, de aburrida dibujé un punto en una de las papeletas. Al final no pude aprobar. Cuando llegó la hora del examen de recuperación, el profesor no quería complicarse y hacer nuevas papeletas. Y yo, obvio, elegí la misma papeleta con el punto, y aprobé con una nota muy buena. A esto le llamo una inversión para el futuro.
- Viajaba en metro; me senté en la esquina, en mi lugar preferido, y al lado tenía dos asientos libres. Subió una mujer con su hijo de unos once años y se sentó bien pegada a mi lado, demostrativamente empujando mi pie con su rodilla. Yo pensé que tal vez estaba ocupando demasiado espacio y di media vuelta para darle más lugar a la mujer con su hijo. En respuesta a mi gesto, la dama se movió aún más hacia mi lado, ocupando casi la mitad de mi asiento. Nunca en mi vida sentí tanto placer como cuando le ofrecí a otra señora bien corpulenta que estaba al lado que se sentara en mi lugar.
- En el examen un niño muy hábil sumaba y restaba números de tres dígitos con un resultado de no más de 300 sin usar calculadora ni “columnas”. ¡No cometía errores! Después me di cuenta de que sobre la mesa tenía dos reglas comunes de 300 mm cada una. Se ayudaba con ellas.
- Miraba Animal Planet. En el programa, una muchacha decía que iba a enseñarles a una hembra y un macho chimpancé a hacer un simple truco. Agarró una piedra con una nuez, rompió la cáscara con la piedra y se comió la nuez. Repitió el procedimiento. Le entregó la piedra con la nuez al macho. Él no entendió nada e intentó romper la cáscara con los dientes. El resultado era obvio, no hubo éxito. La muchacha le pasó la piedra con la nuez a la hembra. La mona rápidamente repitió el procedimiento de la muchacha rompiendo la cáscara con la piedra. Ella le volvió a dar la piedra al mono, él se quedó pensando un poco y se lo pasó a la mona. La otra volvió a romper la cáscara con la piedra y en ese momento, el mono le quitó la nuez sin cáscara y muy contento se puso a comer.
- Cuando mi mamá se hizo mayor, comenzó a tener sus manías, y empezó a traer gatos a casa. No cabe duda de que es algo muy noble, pero era demasiado traer 20 gatos a un departamento de un ambiente. Tampoco dejaba que se los llevaran, y los vecinos se quejaban. Le ofrecimos una solución: vender su departamento y comprar una casa fuera de la ciudad, donde seguramente entrarían más gatos. Ella ya estaba jubilada, le prometimos ir a visitarla y ayudarla sin ningún problema. Ella lo aceptó, ya que era mejor para los gatos. Encontramos una buena casa, la ayudamos a mudarse (la mudanza fue larga) y, aprovechando el alboroto, a escondidas, esterilizamos a las gatas (a excepción de aquellas que estaban preñadas) mientras se quedaban con nosotros. Pero a mamá no le dijimos nada. Además, les sacamos fotos a todos los animalitos, pusimos anuncios diciendo que estaban en búsqueda de un hogar y prometimos ayudar con las vacunas. De a poco se fueron encontrando nuevos dueños; a mamá le decíamos que unos amigos buscaban un gato, que habían visto la foto de uno de ellos y les había encantado, y como ella ya tenía muchos, le pedimos que lo regalara. En un año regalamos a casi todos, quedaron 5. Fuera de la ciudad, no se pueden conseguir más gatos; los que hay ya tienen dueños y se ocupan de cazar ratones. Mamá se empezó a dedicar a la huerta y ya no le quedaba tiempo para los gatos. De esa manera, logramos ocupar a mamá, encontramos un hogar para los gatos y ni siquiera nos peleamos.
- Estábamos de paseo con mi hijo. De repente escuché la voz de una mujer que decía: “¡Simba, bebé, ven aquí!”. Pensé que, bueno, tal vez estaría llamando a su perro. Pero vi que a la mujer se le acercaba un niño. Comencé a reírme en silencio. Cuando la mujer me alcanzó y se dio cuenta de que me había causado gracia, me dijo: “No se ría, por favor. ¿Cómo quiere que lo llame si su nombre es Leonicio León?”.
- Una señora de 70 años que conozco, cobrando la renta por un simple departamento, logró viajar por toda Europa. Compraba los viajes más baratos en autobús, pero con todas las excursiones posibles incluidas. Hasta consiguió viajar a Japón (!) primero en tren (!) y luego en un barco. ¡A eso sí le llamo know-how! Por cierto, también iba con sus viejitas amigas a todas las exposiciones y espectáculos posibles. Y los jueves se juntaban en la casa de una de ellas a tomar el té.
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