Cómo un descuido destrozó la felicidad familiar en segundos: una historia real
Tratar a la pareja con amor y respeto es importante. También, escuchar sus necesidades, compartir responsabilidades y tomar decisiones juntos sin imponer opiniones. Reconocer igualdad de derechos y deberes, y crear un espacio seguro donde ambos puedan crecer y apoyarse mutuamente puede ser una gran prueba de amor.
El siguiente texto cuenta la historia de una pareja común que vivía en un departamento pequeño junto a su hija. Sin embargo, un hecho inesperado cambió todo y ambos se dieron cuenta de lo que realmente significaba para cada uno la felicidad.
“Tuvimos un matrimonio normal”, dijo Juan. Normal. Como todo el mundo. Un departamento de su abuela, de una sola habitación. Fue renovado hace solo 10 años. Juan tenía un trabajo. Su sueldo no era malo. Su esposa también trabajaba. Juan estaba de acuerdo. No era un hombre patriarcal que encerraría a su pareja en casa. Para ser sinceros, los tres no hubieran podido vivir con un patriarcado. Tenían una hija.
Su esposa también tenía un buen sueldo, pero además trabajaba a tiempo parcial. Trabajó todo lo que pudo. Era una enfermera, después de todo. Sabía cómo ganar dinero: uno necesita un suero a domicilio, otro un masaje para un bebé.
“Una familia normal”, dijo Juan, como si se justificara. Por las tardes, la esposa se encargaba de la cocina. Juan jugaba con autitos. La hija hacía los deberes. A veces acudía a su madre a pedirle ayuda. Y ella, sin quitarse el delantal, explicaba, contaba, preguntaba. Las dos se reían. Luego la hija volvía a su escritorio, masticando un tallo de col. ¿No es eso la felicidad?
La felicidad se desmoronó en un segundo. Estuvo, y luego desapareció.
El tío de su esposa murió. Le dejó un departamento como herencia. Una semana después, la esposa de Juan lo dejó. Sin escándalos ni rabietas. No escuchó las objeciones de Juan, paró gentilmente el flujo de acusaciones y lamentos: “Está decidido. Lo siento, Juan. Me voy”. Y se fue. Se llevó a su hija con ella. ¿Por qué? ¿Qué había para ella en ese departamento?
Un mes después la vi por la calle por casualidad. Muy bonita. Contenta. Se le fueron las ojeras. Sonreía. No a él, al mundo.
Llamé en secreto a su hija: “¿Tu mamá está saliendo con alguien?”. Resultó que no. Era solo que la vida de su madre se había vuelto... un poco diferente. Tranquila. No tenía que cocinar para Juan. No tenía que lavar la ropa de Juan. No tenía que lavar los platos de Juan. No tenía que correr a la tienda como un burro de carga dos veces al día, porque el apetito de mamá y de la hija no podía competir con el apetito de caballo de Juan.
Y Juan estaba a punto de aullar como un lobo.
Era como si la lavadora se hubiera ido de casa. Con opción de desplegado y planchado de ropa. ¿Dónde comprar una así? En las tiendas se venden solo las normales. En las que uno mismo tiene que poner el jabón en polvo y clasificar la ropa por colores. Y para hacerlo primero tienes que ir a la tienda a comprar ese mismo jabón en polvo. Pero Juan estaba acostumbrado a que todo se hiciera “por sí solo”.
Como si el refrigerador favorito de Juan lo hubiera abandonado. Junto con la olla de sopa que siempre estaba disponible detrás de la puerta blanca. Junto con la comida que aparecía en los estantes por sí sola. Junto con los pasteles que se cocinaban en el horno por docenas, llenando todo el departamento con el aroma de la pastelería, y luego permanecían en el estante del refrigerador durante uno o dos días, hasta que Juan se los comía.
Todo le había desaparecido a Juan, junto con su esposa. Toda su vida, junto con las cortinas de lino limpias (¿cómo se lavan, por Dios?), el aroma de los pastelitos de los sábados y las camisetas apiladas ordenadamente en el armario. Solo quedaron los autitos.
No podía recordar cuándo era el cumpleaños de su hija. Fue vergonzoso preguntarle a su exesposa. Lamentó no haber llevado una agenda con las fechas relevantes. Así es como la gente importante se alejó de su vida. Su hija se ofendió porque no la felicitó. Los amigos de la familia también dejaron de llamar.
Así es como los matrimonios se desmoronan. Por un departamento heredado casualmente. Sin esa propiedad, Juan habría gobernado su pequeño estado dentro del departamento de su abuela. Habría tenido una fuerte relación con las sopas. Juan habría comido tartas de manzana, habría visto a su hija hacer los deberes y no habría conocido la pena.
La cuestión de la vivienda echa a perder a las mujeres. ¡Es un desastre!
Amor es: cuidado mutuo
Cuidar a tu pareja en una relación es fundamental para mantener una relación sana y duradera. Cuando comenzamos una relación, estamos llenos de amor, ternura y atención hacia nuestra pareja. Sin embargo, con el paso del tiempo, las obligaciones cotidianas y los problemas que surgen en la vida diaria pueden hacernos olvidar la importancia de cuidar a nuestra pareja.
Es importante recordar que las relaciones requieren de esfuerzo y dedicación. Cuidar a tu pareja significa estar presente en su vida, escuchar y prestar atención a sus necesidades, mostrar interés en sus intereses y preocupaciones, y apoyarla en los momentos difíciles. También significa expresar amor y afecto de forma regular, a través de palabras y acciones que demuestren el cariño que se siente.
Cuidar a tu pareja también implica comprometerse en mantener una comunicación abierta y honesta, respetar sus decisiones y opiniones, y ser empático y comprensivo cuando enfrenten conflictos o desacuerdos. Es fundamental que ambas partes se sientan valoradas y respetadas en la relación, y esto solo se puede lograr a través de la atención y cuidado mutuo.
Además, cuidar a tu pareja puede mejorar la salud mental y emocional de ambos. Las relaciones saludables están asociadas con una mayor felicidad, satisfacción y bienestar emocional. La cercanía y el apoyo emocional que se brinda en una relación también puede ayudar a reducir el estrés y la ansiedad, y promover una mayor autoestima y autoconfianza.